Él me llamó con urgencia: —¡María, extraño a Dulcita!
Esa frase me llenó de tristeza y enojo.
Me giré lentamente, mirando distante al Hernán en la cama, y le dije: —Entonces debes ser más valiente. Tus acciones han afectado profundamente a Dulcita. En el jardín de niños, otros niños se burlan de ella, la golpean, y sus heridas aún no sanan. ¡Reflexiona sobre lo que le has causado!
Hice una pausa y continué: —Si no quieres que ella viva a la sombra de lo negativo, debes superar esta difícil situación y convertirte en alguien de quien pueda estar orgullosa. Todo esto depende de tu esfuerzo.
Al terminar, miré a Patricio, quien siempre estuvo a mi lado. En ese momento, me sentí profundamente conmovida; él es mi pilar y mi apoyo. Este hombre asumió toda la responsabilidad de cuidarnos a Dulcita y a mí.
—Vámonos, Patricio— susurré suavemente.
Patricio asintió, tomó mi mano y salimos juntos. Al irme, escuché un sollozo detrás de mí, seguido de un llanto desconsolado.
Los dos policías corriero