Se hizo la hora y Víctor Suárez entró.
En cuanto entró en la habitación, gritó: —¿Dónde están todos? ¿Dónde puta van todos…
Antes de que cayeran sus maldiciones, se quedó clavado en su sitio, mirándome sorprendido a mí quien estaba sentada tranquilamente en el sofá.
Le sonreí: —¡Director Víctor!
Tardó mucho en cerrar la boca y balbuceó: —Cuñada… ¡Sra. Cuñada!
—¿Qué? ¿te sorprende? —aún así le sonreí—. ¡Ven y siéntate! No te preocupes, ¡les he dicho a los obreros que vuelvan primero!
—Ah… Eso… Voy a hacer una llamada en primer lugar y dejar que… ¡que ese supervisor cuente las horas del trabajo! —Víctor terminó de hablar y salió corriendo.
—¡Víctor Suárez!…¡No hay prisa por llamar al supervisor! —Hablé sin prisa, pero mi voz resonó en la vacía sala, toda una conmoción.
Los pasos de Víctor se detuvieron y se volvió para mirarme con ojos asustados y llenos de pánico.
—¡Ya que puedo sentarme aquí, creo que sería mejor que hicieras lo que te he dicho y vinieras a sentarte! He venido hasta aq