Capítulo 2

Ha pasado una semana desde que la vida decidió regalarme el dolor más insoportable que pudiera sentir. La alarma de mi despertador no ha dejado de sonar y yo me quedo inmóvil, esperando a que su espantoso ruido inunde toda mi habitación, la chica que era antes se había muerto esa noche junto con él, esa era la realidad. Mi realidad.

—¡Candice!

Escucho que mi madre me grita pero decido ignorarla, sigo quieta, despierta pero con los ojos cerrados al tiempo que con mis dedos acaricio el anillo que Edwin me iba a dar, abrazo mis rodillas y me hago un ovillo, era nuestro anillo de compromiso, la ansiedad me domina y aquel maldito nudo en mi garganta crece pero abro los ojos y me levanto antes de romperme en llanto, apartando todo de mi mente, odiaba tener que llorar, hace tiempo que no lo hacía porque en mi vida había puras cosas buenas, ahora sin él, me doy cuenta de que todo se trató de un espejismo cruel.

Apago el despertador y estiro mis brazos en dirección al cielo, se supone que a mis veinte años debería ser una chica feliz; graduarme con honores, ingresar a la Universidad de mis sueños, tener una amiga que diario me mandaba mensajes que no respondía, llamadas que rechazaba, y visitas que negaba, una familia que se preocupaba al cien por mí, pero la vida no suele ser tan amable, he aprendido en estos días que todo tiene un precio, te puede dar lo que pides pero también te puede quitar lo que más amas.

Era algo duro para mi familia verme en este estado, ya que yo siempre había sido alegre y positiva, supongo que esa fue una de las razones por las que Edwin se fijó en mí, yo era ese balance en su vida que lo sostenía de pie. Me coloco unas calzas y bajo para desayunar, mientras desciendo las escaleras me mentalizo para mostrarles a mis padres la máscara más falsa que tengo con el adorno más inútil que he tenido que llevar estos días; mi sonrisa.

Pero antes de bajar por completo, me detengo al escuchar las voces mezcladas con algunas palabras altisonantes, me siento en los últimos escalones y pongo atención a su conversación antes de que se den cuenta de mi presencia. Estaban discutiendo por lo bajo, sentados en la sala principal dándome la espalda.

—No estoy seguro de que sea la mejor idea —comenta mi padre pasándose una mano por su cabello bien cuidado.

—¡Es nuestra hija y no pienso dejar que se destruya! —Dice mi madre y puedo notar la angustia en su voz—. Le hará bien pasar unos días allá.

—Si se marcha no podremos estar al pendiente de ella, ¿qué pasa si recae? —Insiste aquel hombre al que me parecía tanto—. Tengo miedo que pueda hacer algo en contra de su vida.

—Si se queda aquí me temo que seguirá con esa actitud hostil, nada le importa, todo en este lugar le recuerda a él —mi madre traga saliva al decir las últimas palabras.

—Pero ha estado tranquila, y alegre... —suspira mi padre con preocupación.

—Ambos sabemos que solo está fingiendo, si se queda no va a poder superarlo, necesita un cambio de aires aunque sea solo por un tiempo, allá va a ser diferente, y...

Mi madre guarda silencio unos segundos, yo cierro los ojos al sentir aquel maldito nudo en la garganta «Vamos, eres mucho mejor que esto» me digo para mis adentros, abro los ojos y anclo mi mirada en el anillo que adorna mi mano izquierda, entonces aquella tarde del verano pasado viene a mí como remolino arrasando el presente.

VERANO PASADO...

—Sabes, creo que eres mi mundo —Edwin suspiró entrelazando nuestras manos y dándome un ligero apretón que me indicaba que todo estaría bien.

Estábamos acostados en el pasto mirando como las nubes cambiaban de forma gracias a nuestra imaginación, era una broma infantil a la que solíamos jugar.

—¡Eso es muy cursi! —solté una carcajada.

—Eso es lo que provocas en mi —se unió a mi risa casi incontrolable.

—¿A sí? —enarqué una ceja y me acomodé para verlo mejor recargando mi peso en uno de mis brazos—. ¿Y qué más provoco en ti?

Edwin me miró detenidamente y después con un movimiento rápido me giró quedando encima de mí.

—Alguien nos puede ver —sonreí sabiendo que me importa poco lo que pensaran de nosotros, en aquel momento solo éramos él y yo contra el mundo.

—Tú provocas que quiera ser mejor persona —esta vez la expresión de su rostro fue seria—. Quiero que me prometas algo.

—Lo que sea —no dejé de sonreír mientras coloqué con sumo cuidado mis manos alrededor de su cuello.

—Escucha, no soy de los que creé en el amor eterno y en esas tonterías, tampoco creo que los seres humanos estemos hechos para una sola persona, y sigo mi creencia de que el matrimonio es un papel firmado que esconde como cláusula enormes grilletes, pero cada vez que estoy a tu lado todo eso se esfuma y una pequeña parte de mí sabe que si estoy contigo, me daré por vencido en mis absurdos e infantiles pensamientos —me colocó un mechón suelto de mi cabello detrás de mí oreja—. Quiero que me prometas que si algún día terminamos, o si por algo ya no estamos juntos, sigas con tu camino y que le muestres al mundo esa sonrisa que tanto me gusta, si en algún momento de tu vida la perdieras me enfadaría contigo y jamás te lo perdonaría.

Yo fruncí el ceño y antes de que pudiera hablar, Edwin me colocó un dedo en los labios indicándome que guardara silencio.

—Prométemelo Candice —me miró fijamente—. Promete que siempre estarás alegre.

—Si te alejaras de mí no entiendo porque debo estar contenta —logré articular con temor de que eso algún día pasara.

Edwin soltó una carcajada y me dió un beso en los labios.

—Porque tu sonrisa es la luz que iluminará mi camino, y me llevará hacia tus brazos cuando esté perdido.

Esas palabras fueron suficientes para que le prometiera lo que él quisiera.

—Lo prometo —dije por fin.

—Tú sonrisa me encanta.

Aquella tarde fuimos al cine y vimos una película espantosa pero nada de eso importaba si él estaba a mi lado.

PRESENTE...

«Mi sonrisa, eh» pienso. Abro los ojos y veo la preocupación de mis padres, ellos solo buscaban ayudarme, así que tomo la decisión de hacer algo que los dejará tranquilos. Me pongo de pie y aunque mi corazón está destrozado, sonrío por él, tal y como se lo prometí.

—Mamá, papá —me acerco a ellos con una actitud arrolladora y observo como se ponen de pie al escucharme—. Estoy bien, estaré bien.

—Cariño, hemos estado hablando y creemos que... —mi madre comienza a mover las manos con nerviosismo—. Te hará bien pasar unos días con mi mejor amiga, Jenny, tu tía.

—Escucha, hija, no queremos que te sientas obligada por nada, es solo una sugerencia —mi padre se acerca a mí y me pone ambas manos sobre mis hombros—. Serán unas cuantas semanas, en lo que termina el verano, después regresarás a casa.

Ver a mis padres debatirse me hizo sentir fatal, no tenía por qué arrastrarlos conmigo en mi mar de sufrimiento.

—Tranquilos, entiendo que es lo mejor para mí en estos momentos —suelto una carcajada al ver sus caras largas y sintiendo aquel dolor agobiante en mi pecho—. ¡Me haría bien unas vacaciones después de todo!

—¿Estás de acuerdo? —mi madre abre los ojos como platos.

—Claro que sí —le doy un beso en la mejilla a mi padre, después uno a mi madre y me dirijo a la cocina—. ¿Todavía queda algo de mi cereal favorito?

La mano me tiembla al agarrar un tazón de la alacena, aquel maldito nudo en la garganta me amenazaba, «no puedes llorar, no ahora, él se enfadaría» me doy una regañina mental, entonces abro los ojos de golpe y el recuerdo de su voz me inunda.

"Si algún día no estoy a tu lado, sonríe Candice, sonríe y canta, de ese modo siempre sabré que me amas"

Respiro profundamente y comienzo a cantar mostrando mi sonrisa más forzada, lo hago por él, solo porque él me lo pidió. Me sirvo cereal y veo que mis padres me ven como si estuviera loca, aquello si me causa gracia y la risilla que suelto enseguida, es real.

—¡Vamos, no me vean como si estuviera loca! —Me meto la cuchara llena de leche y cereal—. ¿En dónde vivía la tía Jenny? No recuerdo bien.

—En Arizona —responde mi padre tragando saliva.

—Solo serán unos días cariño, y... —comienza a decir mi madre pero decide guardar silencio cuando saco mi celular del bolsillo de mi pijama, y me tomo una foto sonriendo con mi cereal—. ¿Qué haces?

—Regreso a mi vida, mamá, ¡las redes sociales son la adicción de todos en esta época, ¿no lo sabían? —sonrío, no dejo de sonreír—. Creo que tengo que ponerme al corriente en mi cuenta de I*******m.

—Eso quiere decir que si estás completamente de acuerdo, es mejor que preparé todo y le haga una llamada a Jenny —las facciones del rostro de mi madre se relajan y mi padre ya no parece tenso.

Me llevo a la boca otra cucharada de cereal, el mismo que era el favorito de Edwin, giro sobre mis talones y subo las escaleras.

—¡Arizona, allá voy! —grito soltando una lágrima.

Cierro la puerta y sus palabras golpean mi pecho como martillo queriendo destrozar los pedazos que quedan de mi corazón:

"Observa el cielo nocturno, Candice, cuando no esté contigo, las estrellas te susurrarán que te amo"

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