DOS VERANOS ATRÁS...
¡Uno, dos, tres!
Caigo de espaldas y siento mi cuerpo adolorido, pequeñas gotas de sudor comienzan a aparecer en mi frente, el cansancio me vence pero no me doy por vencida, me levanto sin su ayuda y comenzamos nuevamente.
—¡Vamos, Candice! —me grita Edwin y noto un brillo de compasión y gracia en sus ojos—. ¡Si sigues con esa actitud nunca aprenderás a defenderte!
—Lo dices porque tú ya sabes todo, además haces trampa, soy mujer y deberías ser un poco más delicado con tu trato —replico.
—¡Esa no es excusa Candice! —Se apresura a acercarse más a mí con una expresión cautelosa en el rostro—. ¿Qué harás si un día no puedo defenderte?