90. Ogro

Fabio escuchó pasos de botas tras él y se dio la vuelta, en guardia, por si sobrevenía un ataque. Sin embargo, el hombre que salió detrás de una cortina blanca envejecida, lo miró sin inmutarse. Las paredes a sus espaldas estaban sin pintar, con el color característico del cemento.

—A ella no le gusta que la vean.

—¿Por qué mantienen este sitio tan oscuro? Descorran las cortinas para que entre un poco de aire.

No terminó de dar la orden cuando él mismo se acercó a uno de los grandes ventanales y empujó una de las hojas de madera con dificultad. Los cristales de las mismas estaban cubiertos por más madera, como si no fuese suficiente encierro tenerla ahí arriba.

El viento que chocó contra su rostro era fresco, pero no podía soportar el olor del lugar, así que tomó todo el aire que pudo para evitar una arcada.

—Señora, es el joven que mandó a llamar. Está guapo, como usted dijo.

Virginia era una chica menuda, de grandes y expresivos ojos cafés que lo miraron con algo parecido al pesar.
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