Capítulo veintiocho: Trabajo

— ¿Quién diablos te crees que eres para entrar en mi lugar de trabajo de esa forma? — lo miró fijamente. — ¿Cómo siquiera entraste? no estás en mi registro.

— No hizo falta más que dos palabras bonitas para que la secretaria me deje entrar al edificio.

— Roland, despide a esa mujer. — gruñó.

— B-bien.

Ella lo miró sobre el hombro.

— Se supone que tienes que decir que no. No hizo nada malo.

— T-técnicamente sí, no p-puede dejar entrar desconocidos a las oficinas centrales. Su contrato de trabajo lo estima en el apartado…

— Bien, entiendo. Solo comunícale a RR.HH., que ellos se encarguen del resto. — dijo con cansancio.

Miró el rostro sonriente del hombre frente a ella y se desplomó en el sillón. Con una mano invitó al hombre de ojos grises

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