— ¿Quién diablos te crees que eres para entrar en mi lugar de trabajo de esa forma? — lo miró fijamente. — ¿Cómo siquiera entraste? no estás en mi registro.
— No hizo falta más que dos palabras bonitas para que la secretaria me deje entrar al edificio.
— Roland, despide a esa mujer. — gruñó.
— B-bien.
Ella lo miró sobre el hombro.
— Se supone que tienes que decir que no. No hizo nada malo.
— T-técnicamente sí, no p-puede dejar entrar desconocidos a las oficinas centrales. Su contrato de trabajo lo estima en el apartado…
— Bien, entiendo. Solo comunícale a RR.HH., que ellos se encarguen del resto. — dijo con cansancio.
Miró el rostro sonriente del hombre frente a ella y se desplomó en el sillón. Con una mano invitó al hombre de ojos grises