Capítulo cuatro: Decepciones

20 de junio de 2017

El auto se detuvo frente a lo que algunas personas les gustaban llamar mansión, ella lo sabía que solo era una casa muy grande con personas vacías. Las personas que había dentro de esa casa eran movidas por el dinero, intereses políticos y también la ventilación de trapos sucios de aquellos a los que odiaban.

Esta vez ellos serían los que estarían del otro lado, serían ellos los amenazados y por sobre todas las cosas ellos serían los que oyeran los pecados de toda la familia.

Casi se regodeo por ello, y estaba mal, lo sabía.

Pero una de las reglas principales que su padre le había enseñado cuando niña era “Nadie se mete con un Héller y vive mucho tiempo para contarlo”. Sus hermanos seguían esa regla al pie de la letra a pesar de odiar con todo su ser al hombre que les había dado la vida, Leah solo lo odiaba algunas veces.

Había desarrollado una relación de amor-odio hacia su padre que ni ella misma terminaba de comprender. 

La puerta de su lado del auto fue abierta y la mano de su hermano apareció para ayudarla a bajar. Sus tacones hicieron un sonido al pisar el concreto que cubría la mayor parte de la entrada de la casa de los Haroldson. La puerta se cerró detrás de sí y el sonido de otro auto estacionando detrás de ellos le saco una sonrisa. Daniel también iba a unirse al grupo.

El auto de los abogados había llegado segundos antes que el de ellos, así que los cuatro abogados de la familia —amigos de la universidad de sus hermanos— ya los esperaban fuera de sus autos de último modelo.

Casi soltó una risa al ver la cantidad de autos caros en la entrada de la casa de su ex novio.

Los tacones Prada hicieron un sonido de repiqueteo a medida que se acercaba con Ryan en dirección a los abogados.

— Gracias por encontrarnos aquí. —dijo Ryan extendiendo la mano hacia Alan, quien había sido su compañero de cuarto en la universidad el primer año.

— No tienes que agradecer nada, haríamos lo que fuera por esta señorita. —señalo Santiago. Saludando a Daniel, quien fue su compañero de cuarto por tres años seguidos.

Adam y Kevin eran parte del grupo por el simple hecho de que Adam era hermano de Alan y Kevin era el mejor amigo de la infancia de Santiago. Los cuatro habían formado el bufete de abogados más prestigioso en todo California. No había que mencionar tampoco el atractivo innegable con el que habían sido bendecidos y ese delicioso acento por ser argentinos.

— Lamento tener que volver a verlos en estas circunstancias. —habló Leah.

Adam se encogió de hombros y le dio una sonrisa de mil voltios.

— Esta es la parte más divertida del trabajo. —se acercó un paso y la envolvió en sus brazos, hablándole como a un bebé.

Llevaban sin verse más de dos meses. Lo cual era mucho tiempo considerando que a los cuatro le encantaba pasar tiempo en casa de los Héller cuando no tenían que hacer.

— Me da gusto ver que estas mejor. —habló Alan con seriedad mientras le daba un asentimiento con la cabeza y continuaba hablando con Ryan.

— Siempre tan tierno como lo recordaba. —murmuró, mientras Santiago le daba un encogimiento de hombros y besaba su mejilla.

— Le salió un grano en el culo porque su secretaria renunció luego de dos días de trabajo, en mi opinión no la culpo. Es un ogro. —susurró la última parte.

— Que no soy un maldito ogro, y ya cierren la boca. —dijo Alan tocando el timbre de la casa.

En cuestión de segundos todos se habían puesto serios y esperaban que alguien abriera la puerta.

La empleada de los Haroldson se mostró demasiado sorprendida mientras había la puerta, pero todos sabían que era una expresión falsa, puesto que la habían visto mirando a hurtadillas por la ventana en repetidas ocasiones desde que habían llegado.

— Buenos días caballeros —la observó— Señorita Héller. ¿Qué puedo hacer por ustedes? —preguntó amablemente.

Leah casi rodo los ojos. La persona frente a ella ocultaba demasiado bien su personalidad maligna, no recordaba un solo día en que no la tratase como b****a desde que salía con Caden. Siempre arrojando su ropa al suelo o algunas veces rompiendo “accidentalmente” un bolso o un zapato caro.

La odiaba, sentía repulsión hacia la mujer. Pero no le sorprendía después de todo.

Cada cosa que entraba a la casa Haroldson por un periodo largo de tiempo quedaba sucio. Ella misma estaba manchada ya por esa familia.

— Buenos días, señora Ollie, venimos a hablar con el señor de la casa. ¿Podría llamarlo? —habló Ryan de manera educada, aunque sin perder el semblante serio.

La mujer asintió y los dejó entrar.

— El señor Haroldson se encuentra en su estudio, pero lo llamare enseguida. ¿Quieren algo de beber? —inquirió mientras los miraba atentamente. Intentando saber que era lo que querían.

No iba a averiguar nada, sus hermanos y los abogados eran personas que habían vivido duras situaciones en sus vidas y sabían esconder sus sentimientos. Leah, por otra parte, solo miraba a la mujer como siempre. Como si fuese un insecto en la suela de su tacón más caro.

— Un whisky escoses por favor. —pidió Santiago. La mujer se sonrojó furiosamente.

— Lo siento señor, solo tenemos whisky de Londres…

— No, no, no se moleste en ese caso. Odio a los londinenses. —murmuró. Aunque todos lo habían oído.

Si Leah no se equivocaba, los argentinos y las personas del Reino Unido no se llevaban muy bien después de algún raro suceso con unas islas que los habían llevado a la guerra. Pero ella no diría nada al respecto.

— Está bien, ¿alguien más quiere algo? —ahora se notaba nerviosa.

— No, gracias. Mientras más rápido salga de aquí, más rápido podré limpiar de mi traje ese horrible olor a lavanda. —gruñó Kevin, molesto. Era de conocimiento público que el chico odiaba el olor a lavanda, y para desgracia del más joven abogado, la casa de los Haroldson apestaba a lavanda, había flores de lavanda y algunos raros cuadros de lavanda en la sala.

— Si no le molesta tomaremos asiento aquí. —asintió Daniel en dirección a los sofá que había en la sala.

— Claro, adelante. Iré por el señor. — la mujer desapareció corriendo tras una puerta y todos se desplomaron sobre los sofá de la manera menos educada posible

Alan observó la casa con el ceño fruncido, tenía una gran adoración por la escala de los blancos a los negros, así que tanto color utilizado de mala manera seguramente era un bomba para sus ojos. Ella, que iba a aquella casa desde hacía tiempo, todavía no lograba acostumbrarse.

Daniel y Ryan se mostraban aburridos mientras miraban un sofá a lo lejos, tenía una de esas aburridas mantas tejidas sobre el respaldo y había un almohadón con estampado de flores. Leah lo odiaba, era de mal gusto. Había tenido miles de pensamientos sobre como arruinarlo para que tuviera que desaparecer del lugar.

Pero no se había molestado demasiado, no era su casa y no era su problema. Aunque sus ojos se dirijan constantemente allí cuando estaba en esa sala.

Voces se escucharon del pasillo. Los seis hombres se pusieron de pie y ella tuvo que imitar sus movimientos.

La muy a la moda Carol Haroldson, su ex suegra, apareció a un lado de su marido con una sonrisa de oreja a oreja al ver tanto material caliente en su sala. Leah rodo los ojos de manera grosera, y Daniel le propinó un codazo bastante poco disimulado.

La había visto.

— Pero miren nada más a quienes tenemos aquí. Si son los Héller y sus… ¿amigos? —preguntó la mujer con una pequeña mueca que nadie podría reconocer.

Pero ella sí. Claro que lo hacía.

A Carol no le gustaba que las cosas se escapasen de su control, que era justamente lo que sucedía en ese momento. La mujer no sabía quiénes eran sus recientes invitados y eso los beneficiaba a ellos. Podían jugar con el factor sorpresa hasta que las cosas comiencen a aclararse.

Con un metro sesenta y cinco de alto y figura delgada, Carol era todo lo contrario a su marido. Ella tenía un largo cabello color rojo —teñido— que caía en su espalda con suaves ondas de su cola de caballo. Tenía el cuerpo bronceado y unas piernas largas que lucía con tacones altos de algún diseñador.

 Richard, por otra parte, era el retrato de Caden. Solo que con algunos años de más. Tenía el cabello oscuro, de un marrón chocolate y una buena contextura física. Media casi un metro ochenta y cinco y siempre vestía trajes de manera elegante. Leah tenía que conceder que el hombre tenía estilo.

— Buenos días. —dijeron sus hermanos al unísono. Los chicos repitieron el saludo.

Los padres de Caden se acercaron y estrecharon las manos de todos y a ella la envolvieron en un cálido y fingido abrazo.

— Ellos son Adam y Alan Grandi. Él es Santiago Mercado y él es Kevin Valdez. Amigos de la universidad. —los presentó Ryan.

Los padres de Caden asintieron en reconocimiento y luego se fijaron en ella.

— ¡Cariño! Hace tanto que no te veo por aquí. Hasta llegamos a pensar que Caden y tu habían terminado. Obviamente él dijo que no hace unas noches y nos quedamos más tranquilos. De todas las novias de Caden eres de lejos la que nos cae mejor. —anunció Carol con una sonrisa en su rostro.

Richard se aclaró la garganta y les sonrió.

— ¿Dónde están mis modales? Tomen asiento por favor. —dijo señalando los sillones donde habían estado sentados antes de que ellos aparecieran.

Todos tomaron asiento y la empleada apareció detrás de sus jefes con una bandeja y una jarra de agua y otra de… ¿jugo de tomate? Leah se guardó la mueca de asco que quería hacer.

— Creo que alguien debe ir al grano. ¿Se encuentra Caden aquí? —preguntó Ryan cruzando sus piernas, cruzo la pierna izquierda sobre la derecha y luego cambio la posición. Siempre hacia lo mismo. Ella aun no llegaba a entender porque simplemente no ponía las piernas en la posición que siempre las dejaba al final.

Pero pensándolo bien nunca entendía del todo a sus hermanos.

Richard y Carol dirigieron su mirada a ella. Cruzaron los brazos y fruncieron el ceño. Carol habló:

— ¿Estas embarazada? Caden se hará cargo, pero debemos hablar sobre los arreglos del dinero y todo eso. Me gustaría saber que compartirán sus propiedades y…

Obviamente era de esperarse. Si en algún momento Leah se llegaba a divorciar de Caden todas sus pertenencias serian divididas y las cientos de propiedades que había heredado pasarían a manos del idiota de su ex. Agradecía no estar embarazada en ese momento. Pero de todos modos nunca necesitaría a Caden para criar a su hijo.

— Lamento explotar su burbuja de felicidad, pero aquí no hay hijo de nadie. —señaló su vientre.

Daniel se aclaró la garganta llamando la atención de los padres de Caden.

— No hay bebé en camino y mi hermana nuca se casará con su hijo. Sobre mi jodido cadáver, ella sola tiene más dinero que todos los Haroldson juntos. Nunca necesitaría de alguien para criar a un niño. —se encogió de hombros ante las caras sorprendidas de los mayores. —Y nos tiene a nosotros para ayudarla.

Carol tenía los ojos abiertos de manera exagerada, Richard solo había fruncido el ceño ante la mención de ella teniendo más dinero que ellos juntos.

— Disculpa Ryan, pero pensé que teníamos intereses en común en cuanto al negocio y ahora me sales con estas cosas… ¿Qué sucede contigo? —dijo Richard, molesto.

Ryan soltó una risa y se encogió de hombros. La mirada de Richard se dirigió a su hermano mayor.

— Gemelo equivocado, de todos modos no importa. Si no les molesta, ¿podrían llamar a Caden para que todos hablemos como adultos sobre la situación?

Carol se aclaró la garganta.

— Leah cielo ¿podrías ir por Caden a su cuarto? Creo que dormía.

Con un suspiro de resignación avanzó hacia las escaleras, los pasos de Leah resonaban en el suelo de mármol blanco a medida que subía las escaleras. Los padres de Caden intentaban sonsacar información sin tener éxito.

Cuando llegó a la planta alta se dirigió por el pasillo que la llevaba al este de la casa, donde estaba la habitación de Caden. Sus tacos resonaron en el piso a medida que miraba los horribles cuadros de lavanda. ¿Quién estaba tan obsesionado con esas cosas de todos modos? Caden nunca le había hablado de sus padre, realmente era algo que evitaban.

Leah sospechaba que los padres de Caden no eran tan cariñosos como lo aparentaban en público, después de todo se sabía que el verdadero padre de la hermana de Caden, Cathya, era un actor sin futuro en alguna parte de Europa. Algunos medios de comunicación se habían encargado de hacer pública la noticia.

 Sus pies se detuvieron frente a la puerta de Caden y detuvo su puño en el aire, su cabeza se ladeo un poco y pegó la oreja a la puerta.

La voz de Cathya sonaba entrecortada mientras la voz de Caden tenía esa ronquera típica a la hora del sexo. Su boca se abrió en una enorme O y sacó su teléfono, puso la cámara de video y entró lentamente a la habitación.

La hermana de su ex daba saltos sobre las caderas de su hermano a medida que se iba acercando al clímax. Caden tenía sus manos masculinas fuertemente presionadas en la cadera, los colores de piel contrastaban profundamente. Mientras Caden era fuerte y bronceado, la hermana era blanca como la leche y delgada, mucho más que Leah.

Hizo una mueca de asco mientras caminaba hasta detenerse en un ángulo perfecto para grabar sus rostros sin que ellos supieran que estaba allí. Luego guardo el video en una carpeta con contraseña y lo puso dentro de la cinturilla de sus pantalones.

— ¡Qué lindo el amor de hermanos! —dio un aplauso y soltó una risa mientras se sentaba en la cama a un lado de ellos.

Cathya dio un brinco y salió del regazo de Caden, el por su parte soltó una sarta de maldiciones y acabó sobre su marcado estómago y las manos de Leah, que estaban apoyadas en la cama.

— Ay m****a. Leah. Te juro que no es lo que crees. —dijo el tomando la funda de la almohada y agarrando sus manos con cuidado mientras las limpiaba. — Lo lamento, no sabía que estabas aquí. —dijo mirando sus ojos.

Ella se encogió de hombros y alejó sus manos con un tirón.

Esto le recordaba porque le odiaba tanto. Quien sabe cuántas veces le había metido los cuernos con la zorra de su hermana, quien por su parte había desaparecido de la habitación, lo cual era bueno considerando que sentía ganas de apuñalarla en los ojos. Ahora sabia porque la zorra siempre le sonreía con suficiencia cuando visitaba la casa Haroldson. Por supuesto que el tenia sexo con la mierdecilla de su hermana antes de recibirla en su casa.

Sintió una punzada de dolor en el pecho, pero no demostró nada en su rostro.

Con los años había aprendido a ocultar todas las emociones que podrían perjudicarla con el paso del tiempo.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó más tranquilo, caminando desnudo hacia el pantalón que había dejado en el suelo.

Leah hizo una mueca al ver los arañazos en la espalda de Caden, sus ojos estuvieron a punto de derramar lágrimas. Todavía tenía algunos que ella le hizo la semana anterior, y ahora se mezclaban con los frescos de la come m****a de Cathya.

— Vine a hablar contigo, ya sabes, por tu hermoso recordatorio en Twitter de por qué no debía confiar en ti. —admitió, cruzando las piernas y tirándose a la cama mientras miraba el techo.

Caden se quedó en silencio unos segundos, después su cabeza apareció a la altura de la de Leah y ella supo que se había acostado porque el colchón se hundió con su peso.

— No sé de qué hablas. —susurró, jugando con su cabello.

Ella se alejó de su tacto y se sentó, quedando frente a él.

Caden era un año mayor que ella, sus rasgos ya no eran los mismos del aquel jovencito de catorce años del que se había enamorado hacía tanto tiempo. Quiso saber que había pasado con ellos, con él.

Cuando su relación comenzó a hacerse pública Caden había cambiado, para mal. Llevaban saliendo un año a escondidas, pero en su mundo esa clase de cosas no se podían ocultar por mucho tiempo.

— Hacer el tonto no te va a salvar de esta Caden. Confié en ti y tiraste esa confianza por la borda. —dijo seriamente poniéndose de pie.

Vio las fotos de ambos regadas por todos lados en la habitación. Siempre tan hermosos y parecían tan felices. Las que más le gustaban eran aquellas que no estaban sacadas por cámaras profesionales de paparazi o cualquier m****a. Se preguntó porque seguían allí.

— Leah…no estoy entendiendo bien lo que dices. —habló él, sacándola de sus pensamientos.

El torso bien formado de Caden atrajo su atención, la V profunda desaparecía en la cintura de sus pantalones y conducía directamente a esa parte de su anatomía que parecía estar contenta de recibir su atención ese día.

Cerró los ojos con fuerza y soltó un suspiro.

— Habíamos acordado que las cosas entre nosotros serian pacificas de ahora en adelante hasta que los medios sepan que habíamos terminado. —le recordó, el asintió y se pasó una mano por el rostro.

— Tú acordaste que termináramos Leah, yo no lo hice. —dijo él.

Leah soltó una risa seca.

— No intentes hacerte la victima conmigo, no hace más de una semana que terminamos y estabas revolcándote con tu hermana Caden. Ni siquiera quiero pensar en ello porque es tan malditamente asqueroso.

El negó con la cabeza y comenzó  caminar.

— Cathya no es mi hermana. Ella no es hija de mi padre y yo no soy hijo de quien tú crees que es mi madre. Lo sabemos desde hace meses.

Leah se tragó la mueca de asco.

— Se criaron como hermanos, no hay ninguna excusa para eso.

— No, no la hay. —él se encaminó hacia ella. — Me dejaste después de tener sexo Leah, te fuiste de aquí como si mi cama estuviese en llamas.

Leah presiono sus labios para evitar llorar y  lo apuntó con su dedo índice.

— Estas intentando culparme por todo, pero sabias que las cosas estaban mal entre nosotros desde hacía mucho tiempo y no querías dejarme. ¡Me engañaste con tu hermana puta! —gritó, un sollozo salió de su garganta.

Caden tragó saliva y negó con la cabeza mientras daba dos pasos en su dirección.

— Nunca te engañe con nadie, nunca. Y lo sabes, solo estas intentando culparme porque ya no me quieres Leah, y lo entiendo. Me duele —señaló su corazón mientras sus ojos color ámbar comenzaban a llenarse de lágrimas. — Me duele que pienses eso de mí cuando te dedique mi vida.  Lo eres todo.

— No puedes decirme esto después de que te encontré cogiendo con tu hermana. —dijo ella.

Caden soltó una risa seca mientras presionaba sus dedos índice y pulgas en sus lagrimales.

— Estaba hecho una m****a, no salí de esta habitación por tres días después de que te fuiste ¡Tres putos días! Ella llego aquí y se hizo cargo de mí, y se sintió bien. ¿Sabes porque?

Leah no respondió.

— ¿Sabes porque se sintió bien, Leah? Pregúntame. —gruñó furioso.

— ¿Por qué? —susurró, mirando sus ojos ambarinos llenos de dolor.

El soltó una risa. —Porque sabía que te dolería en el alma cuando te enteraras, quería que sintieras la misma clase de dolor que sentí en ese momento en el que me dejaste solo.

Leah se secó los ojos con el puño de su chaqueta y recompuso su postura.

— Mis hermanos y mis abogados te esperan abajo. —lo miró despectivamente mientras su corazón se destrozaba cada vez más. — Trata de salir vestido como la gente. —con esas palabras salió de la habitación y casi corrió por el pasillo. Ignoro la voz de Caden detrás de ella mientras bajaba las escaleras y caminaba seriamente hacia sus hermanos.

Negó con la cabeza cuando Ryan y Daniel se pusieron de pie. Con el ceño fruncido se sentaron y esperaron a que ella llegue hasta ellos.

Solo tenían que esperar a Caden para solucionar las cosas.

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