Lo pensaré, lo pensaré...
Esa promesa se repite en mi cabeza una y otra vez.
Son casi las diez de la noche y Karen no está en la habitación. Yo doy vueltas en la cama sin saber que hacer.
¿Voy o no voy?
La curiosidad de ver con mis propios ojos si está tan mal como ya varias personas me han dicho es muy grande.
Y aunque no lo parezca por fuera, yo estoy igual de mal.
La diferencia es que no puedo cometer esa estupidez de dejar de comer o ahogarme en alcohol porque tengo una misión que requiere de toda mi fuerza de voluntad.
Me quito la chaqueta de Marcus, esa que se le quedó una vez que vino a buscarme.
Me hago el moño mejor, y me pongo un pantalón corto y una blusa semi larga. Tomo mi llave. Cuando me coloco las sandalias salgo de la habitación, entro en el ascensor.
Cuando pulso el botón que da a la habitación de Marcus, mi corazón se acelera. La anticipación de verlo hace que empiece a sudar frío.