—También son mis sobrinos, más que tuyos —espeta ella, apretando los puños—, y sobre mí cadáver te dejo quedarte con ellos.
—Te empeñas en hacer tu santa voluntad, ya estoy harto de esta situación —baja los tres escalones y se para en frente de ella—. O intentas llevarte bien conmigo, y nos limitamos a los asuntos de los niños, o te los quito, y me los llevo a Italia.
—No te atreverías —sisea ella.
Karen intenta acercarse, pero la detengo.
—Pruébame, hazlo y verás de lo que soy capaz —reta él, la determinación está reflejada en sus ojos.
Ella se queda callada.
Karen y yo presenciamos la escena sin saber que hacer, cualquier paso en falso supondría un problema más para ella.
—Eso creí. —dice él, se da la vuelta y entra a la casa.
Cuan