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La oficina de la directora era pequeña y asfixiante, con paredes color beige y pósters motivacionales que parecían burlarse de la situación. Lorenzo estaba sentado en una silla demasiado grande para él, los pies balanceándose sin tocar el suelo, su labio hinchado brillando bajo la luz fluorescente. A su lado, otro niño —Pablo, según la placa con su nombre sobre el escritorio de estudiante— tenía el ojo derecho morado y lágrimas secas en las mejillas.

Valeria se sentó junto a Lorenzo, su mano inmediatamente buscando la de él. Enzo quedó de pie detrás de ellos, sus manos en los bolsillos, la mandíbula tensa. Había salido corriendo de GMI sin siquiera tomar su chaqueta; su camisa blanca estaba arrugada, las mangas enrolladas hasta los codos.

La

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