Al vuelta de la tienda de vestidos, él me envió de inmediato más de veinte perfiles de candidatos para la alianza matrimonial, desde hombres maduros y atractivos hasta jóvenes inocentes, sin excepción, todos son herederos de multimillonarios. Podía elegir el que quisiera.
Mi padre, todavía indignado, dijo:
—Sabía que Carlos no era de fiar. Cuando te comprometiste a los dieciocho, dijo que te daría la felicidad, pero han pasado diez años y sigue sin querer casarse. Por suerte, mi niña, has visto su verdadera cara. ¡Papá te presentaré a alguien mejor! Vuelve a casa cuanto antes, que papá te organizaré las citas. Casas con el que te guste.
Resulta que Carlos no me amara, ya lo sabían otros.
Qué lástima que me quedé cegada por los buenos recuerdos, pensando que Carlos jamás podría dejarme por otra.
—Papá, el que tú elijas me gustará. Con cualquiera puedo unirme, menos con él.
No sé en qué momento Carlos apareció a mi lado, pero escuchó la palabra “unirme” y preguntó con voz grave:
—¿Con quién vas a unirte, si no es conmigo?
Estaba a punto de sujetarme por los hombros para pedirme explicaciones, pero un grito breve y agudo llegó desde la cocina.
Una chica con uniforme de sirvienta salió sosteniéndose la mano, con los ojos llenos de lágrimas, y dijo:
—Carlos, quería cortarte una manzana y me he hecho un corte con el cuchillo. Creo que soy demasiado torpe, no merezco ser tu sirvienta personal.
Carlos me ignoró por completo inmediatamente, y corrió hacia ella, la levantó en brazos.
—Viviana, no tengas miedo, llamaré al médico de la familia para que te lo cure. Tranquila, mi sirvienta personal serás siempre tú y solo tú.
Bajó la cabeza y le habló con una ternura que parecía olvidar que a su lado estaba su prometida de diez años.
Aquel corte en la mano de la sirvienta, con una simple tirita habría bastado.
Mirando su espalda que se alejaba sin dudar, no tuve ninguna palabra para retenerse.
Después de que se fuera, hice una videollamada con mi mejor amiga para despedirme.
Diez años atrás, para comprometerme con Carlos en secreto, me marché de casa fingiendo que me iba a estudiar a la universidad en el extranjero. Allí conocí a mi amiga.
Ella sabía que yo tenía un prometido al que amaba con locura, y que para estar con él incluso dejaba los cursos y exámenes importantes.
Cuando me mudé a casa de Carlos para vivir juntos, ella bromeó diciendo que el siguiente paso sería la boda.
Pero, al final, la espera se prolongó diez años.
—¿Una alianza matrimonial? ¿Con Carlos? ¡Por fin tiene tiempo para casarse contigo! Enhorabuena, llevas mucho tiempo esperando. Me dijiste que después de la boda iríais a vivir a tu país, España, que para Navidad iría a verte.
Negué con la cabeza y dije:
—No es con él. Es con otro nuevo que mi padre me presentó.
Ella me miró confundida.
—¿No eras tú la que siempre decía que sin Carlos no querías a nadie más? ¿Por qué de revente cambiar la persona de unión? ¿Acaso Carlos volvió a enfadarte? Ese es su carácter: por mucho que te quiera, nunca lo dice. Voy a darle una lección para que te pida perdón.
Suspiré con cansancio y le respondí con frialdad:
—Por mucho que ames a alguien, también puede cambiar. Diez años sin resultado, siempre he estado sosteniendo sola esta relación… estoy agotada. Quizás nos equivocamos, cuando Carlos ama a alguien, aunque no lo diga, lo demuestra con acciones.
Tras esto le conté lo de dejarme en la tienda de vestidos para irse a ver auroras boreales con ella, y lo que acababa de pasar.
En especial, cómo se tensó su mirada al ver el simple corte en la mano de Viviana, mi amiga se quedó callada.
No esperaba que la diferencia entre amar y no amar fuera tan evidente. Así que abandonó por completo la idea de convencerme.
Tras colgar, empecé a hacer las maletas.
Vendí todos los regalos valiosos que me había regalado Carlos y doné el dinero a organizaciones benéficas.
Los bolsos de lujo, joyas y vestidos de alta costura que no podía llevarme, los fotografié y se los envié a mi amiga para ver si le gustan algunos y regalarla.
Tras medio día empaquetando, Carlos volvió a aparecer.
Y, detrás de él, con una expresión triunfante, venía la sirvienta Viviana.