Livia soltó el brazo de Noah en cuanto estuvieron lo bastante lejos—lejos de la mirada ardiente de Damian y, más importante, lejos del asistente Brown, el perro guardián de oídos supersónicos.
—No me llames Rayito de sol. Ya escuchaste mi nombre—es Livia—, dijo con voz fría.
—Yo seguiré llamándote Rayito de sol, —respondió Noah con una sonrisa exasperante.
Dios, esa sonrisa presumida me dan ganas de pegarle algo, pensó Livia, apretando los puños a los lados.
—¿Por qué?
—Porque eso enfurece a Damian. —Noah se encogió de hombros con aire despreocupado—. Y eso me hace sentir mejor.
Lo decía en serio. La imagen de Damian agarrando el brazo de Livia antes… esos celos crudos—era lo más humano que había visto del hombre frío e intocable. A Noah le parecía divertido.
—Señor Noah, por favor, no me meta en su drama.
Livia iba a darse la vuelta cuando un cuadro en la pared le llamó la atención. Sus pasos se detuvieron.
Ese amanecer… era impresionante.
—El lago verde sí que es hermoso, —murmuró.