Cristina se sonrojó al instante, se mordió el labio y hundió la cara en el cálido pecho de Paolo.
Él bajó la mirada y, al verla tan sonrojada, esbozó una sonrisa maliciosa.
—Vaya, vaya... Apenas dije eso y ya te pusiste toda roja.
Ella se acurrucó todavía más contra él. Tras un instante, levantó la cara con los labios temblorosos.
—Señor... no me gusta... hacer eso. Duele mucho, ya no quiero. No quiero volver a hacerlo nunca más... Sentí que me moría...
La mano de Paolo recorrió la delgada cintura de ella, deteniéndose donde la espalda se unía con sus caderas. Deslizó la mano un poco más y le dio una palmada suave en el trasero. Esbozó una sonrisa arrogante, y su voz sonó con una autoridad que no admitía réplica.
—Eso lo decido yo.
Cristina, todavía en sus brazos fuertes, soltó un quejido ahogado. De pronto se incorporó de golpe, con una expresión de enfado.
—Pero acabas de prometer que ya no me ibas a lastimar.
Él le pasó los dedos por la frente para alisar las líneas de preocupación