Sam posó la mano en la cabeza de Ingen, mirando a ambos lados del pasillo.
—¿Te trajo Vlad?
Ahí acababa su record de treinta y un días sin pronunciar su nombre. Y sin desear volver a verlo.
—Me trajo Leo —dijo él, sin soltarla.
—¿Quién es Leo?
—Mi Markus.
Sam cerró la puerta. Caminó hacia el sofá de la sala con Ingen todavía abrazándola. Encendió la luz y lo hizo sentarse. Estaba él muy pálido y ojeroso.
—Ingen ¿qué pasó?
El relato del niño dejó a Sam helada, después su sangre ardió y apretó los puños con furia. Cuando Caín se asomó luego de unos quince minutos, ella tenía los ojos llorosos y mirada de asesina.
—Quédate con él —le pidió cuando pasó por su lado para irse por el pasillo, echando humos.
Había sonado como una amenaza. A lo lejos se oyó un feroz portazo, seguido de gritos furiosos y un sin fin