Capítulo 3; La mujer, no la princesa.

Amaba a su familia, pasar tiempo todos juntos, compartiendo el te de jazmín, un vino, o sencillamente un momento en familia, pero también amaba esos momentos de intimidad, como ahora, cuando podía vagar por una habitación y dedicarse solo a pensar ya pensar.

Isabdiella, suspiró pesadamente mientras sus ojos se deslizaban con letargo sobre la amplia pared cubierta de retratos hechos por su propia madre. Antes de que se casará con su padre, había sido una excelente fotógrafa del mundo occidental, había viajado mucho y había fotografiado lugares únicos, algunos a los que ningún hombre se aventuró a ir. Luego de casarse y convertirse en la Soberana de aquel exótico país, su pasión por la fotografía había disminuido un poco ya que no podía ejercerla con libertad absoluta, no podía simplemente abandonarlo todo y viajar a África, Siberia o algún otro lugar para realizar un álbum fotográfico, pues era una Reina dedicada al bienestar de su pueblo, sin embargo, la familia se convirtió en su centro de atención y la cámara no dejaba de enfocar los mejores momentos de los integrantes de la familia Real. 

Sus ojos viajaron por las fotografías, aquel era su lugar favorito de Palacio; El cuarto de la felicidad, y sí, eso era. Sin poder evitarlo su mirada de detuvo en una foto de Drew Penfoll, aunque se le ve aún muy joven, casi pueril, sus lindos ojos resaltaban en la fotografía y parecían mirarla con ardor. Aún recordaba esos encuentros con él, encuentros que nunca debieron suceder. Besos, caricias, besos y más caricias. . . 

Drew, era un descarado sin remedio y si se lo hubiese permitido, hubiese llegado muy lejos en sus furtivas caricias, en los momentos en los que se aprovechaba de su absoluta debilidad. 

Él no le convenía. 

Lo sabía, lo tenía muy claro, sin embargo no podía evitar esa sensación cuando le veía o le pensaba y debía asumir que lo pensaba mucho, más de lo que quisiera reconocer. No. No le convenía en lo absoluto. Cerró los ojos y sin poder evitarlo, recuerdos vinieron a su mente. Esa boca moviéndose sobre la suya, esos brazos brindándole refugio. 

—¡Basta Isabdiella Mubarack!— se reprendió mientras abría los ojos— es suficiente. Es suficiente, ¡Por Alá, debes olvidarte de él! 

—Lo mismo me pasaba con tu hermano— la voz de la nueva Soberana logró sobresaltarla. Se consideraba así misma como una Princesa bien educada y con modales intachables pero, en ese preciso instante quiso maldecir a voz en cuello su mala suerte.

—Majestad— se giró suavemente para buscar a la portadora de aquella dulce voz— me ha generado usted un susto terrible. 

—¡Oh Alteza, no han sido esas mis reales intenciones!— le respondió con burla, mientras hacía delicados gestos con las manos.— ¡Tonterías, éste no es un acto público así que deja los formalismos!

—Sé lo que vas a decirme y. . .

—Y no quieres escucharlo— se adelantó.

—Exactamente, Vanessa—caminó y se sentó en uno de los cómodos sillones— lo hemos conversado lo suficiente.

—Lo quieres— le aseguró— ¿Qué hay de malo en eso?

—Que no debo hacerlo— sus hermosos ojos la miraron fijamente— no debo hacerlo, Vane.

—Sé que mi hermano parece ser. . . No una buena opción— dudó como decirlo— pero te aseguro que es bueno. 

—Nunca he dicho lo contrario— se acomodó en el cómodo sillón para darle lugar a su cuñada— pero debes entenderme.

—Lo hago, créeme que lo hago. Isa, yo misma luche contra mis sentimientos por Nael.

—Sí, pero él te correspondía— argumentó con algo de tristeza.

—No siempre supe que lo hacia— le recordó con una triste sonrisa— los primeros años sufrí en silencio porque creí que no era lo suficiente buena para él y para el pueblo. Drew. . .— dudó— es diferente, pero bueno. 

—Drew, es mujeriego, arrogante, prepotente, que sólo quiere llevarme a la cama. 

—No digas eso— la miró seria—bueno mi hermano es así y no lo niego pero es bueno. Necesita de alguien como tú; dulce, buena, pero con carácter, cariñosa, eres su complemento perfecto.  Tu temple lo equilibraría. 

—Tonterías Vanessa, además. . . no me quiere, nunca lo ha dicho, sólo está encaprichado.

—Pero tú si le quieres— retrucó.

—Tengo una especie de relación con Hassan, lo sabes.

—Y el doctor es una persona maravillosa, te adora se le ve en sus ojos. Allí el problema es si tú sientes lo mismo. 

—Puedo llegar a sentirlo—auguró.

—Poder, no da seguridad a llegar a hacerlo. Además, no te digo que te lances a los brazos de mi hermano, eso sería una tontería. Pero que al menos evaluaras con sinceridad lo que sientes por él. Si tienen oportunidad de estar juntos no deberían desaprovechada, el tiempo junto al ser que amas es realmente valioso — Isabdiella vio tanto brillo en sus hermosos ojos, la felicidad se le desbordada sin poder ser controlada, aquellos meses de casada de habían hecho madurar aún más. Ahora tenía un exquisito porte, era dedicada a las cosas del pueblo. Siempre supo que sería una excelente Soberana. 

—Entiendo y agradezco tu preocupación dulce Vanessa— le sonrió triste— pero he tomado la decisión de mantenerme alejada de Drew Penfoll y eso es lo que voy a hacer. 

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—¿Te puedo ayudar en algo?— la voz de Hassan, la sacó de sus cavilaciones. 

—¿Qué?, ¿Cómo?— lo miró con ojos enormes. 

—Hoy estás sumamente callada, taciturna. No eres así — Hassan la miró con ternura—   Si hay algo que te preocupe, quizás yo pueda ayudarte— extendió su mano grande y suave para cobijar una mano de Isabdiella. Ella lo miró fijamente a los ojos, era un hombre sumamente atractivo, caballeroso, bien educado, muy formal, era sin duda alguna, el sueño de cualquier mujer y ella tenía la fortuna de ser la dueña de su corazón, porque él no ocultaba su profundos sentimientos hacia ella.

 —No me sucede nada, Hassan— suspiró— es sólo que. . .

—No dudes— le sostuvo la mano con fuerza— bien sabes que puedes contarme lo que sea.

—Lo sé y lo agradezco, pero. . . Hassan, ¿crees que soy buena?

—¡Por Alá, que eres la mujer más buena que he conocido!— exclamó sonriendo— Una prince. . .

—No— le interrumpió— háblame de la mujer, no de la Princesa. Olvídate de mi título, quiero saber lo que piensas de mi como mujer.

— Sabes que mi opinión está parcialidad, sabes cuánto te quiero. Aunque por eso no deja de ser cierto todo lo que voy a decir; eres una de las mujeres más hermosas que he visto. Tienes un cuerpo maravilloso que el caftán en vez de ocultar, no hace más que dibujar con elegancia. Tienes unas manos suaves y delicadas, una nariz perfecta, tienes los ojos más hermosos que haya visto jamás, los más bellos de todo Norusakistan y por si eso fuese poco— sonrió— tienes la mirada profunda y sincera. ¿Y que decir de tu boca?, Labios delicados, inocentes y seductores— con la yema del dedo dibujo la silueta de su labio inferior— parecen jugosos e invitan a ser basados. Enloquecerían al más cuerdo de los hombres que sin dudar abandonaría su raciocinio por el favor de basarlos. Pero ya va, eso no es todo. Porque si eres extremadamente hermosa en el exterior, tu belleza interna sin duda supera tu físico; eres dulce, buena, tienes un corazón enorme, generosa, te preocupas más por otros que por ti y ese altruismo es dulcemente maravilloso, siempre tienes una bondadosa sonrisa para otros, siempre ves el lado positivo de las cosas, eres familiar y no sabes lo que daría por estar dentro de los tres hombres que más amas, aunque comprendo que destronar al antiguo y al actual Jeque no es tarea fácil, ya que adoras profundamente a tu padre y a tu hermano. Y ver cuánto puedes llegar a amar sólo i***a a amarte, a querer despertar ese amor en ti, a querer convertirse en el objeto de tu afecto.

 —Hassan. . .— susurró contemplándolo anonadada, el concepto que tenía de ella era sublime. 

—Te mereces lo mejor Isabdiella, te mereces que te amen con locura, con un ardor tan intenso como el calor del desierto de Norusakistan. 

—Gracias— delicadas lágrimas salieron de sus ojos y se realizaron por sus mejillas. Y se lanzó a sus brazos, Hassan los abrió y la estrechó con dulzura contra el calor de su pecho. 

La amaba, como jamás había amado a nadie.

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