Capítulo dieciocho
Había quedado con Armando, pero no tenía ganas de verle, sabía que, si lo hacía, pagaría con él todo su mal humor y eso no era justo. Armando era un buen hombre y siempre estaba a su lado, pasara lo que pasara, incluso cuando se comportaba como un capullo.

Tampoco quería irse al hostal, pese a que era noche cerrada, no deseaba encerrarse en un cuarto claustrofóbico donde las ideas golpeaban sin cesar. No, ahora necesitaba respirar.

Dejó el coche a un lado de la carretera, desde allí vio un pequeño muelle sobre el río. Se notaba que había vivido mejores tiempos, la humedad había hinchado la madera, el paso constante de los años la había agrietado; era casi un milagro que se mantuviera en pie. Anduvo despacio, con precaución, temiendo que en algún momento el peso de su cuerpo cayera al fondo del río.

El aire primaveral acariciaba su rostro y llenaba sus pulmones. Se sentó en el borde, así como hubiera hecho cualquier adolescente o niño; cerró los ojos y dejó que el puzzle danzara sobre s
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