Capítulo catorce
Pedro esperaba en la sala de interrogatorios esperando a que alguien se presentara. Del otro lado, el sargento y Freire lo observaban con desprecio, querían ir con cuidado para que confesara antes de llamar a un abogado. La estrategia era simple, ese monstruo se pasaba el día borracho, habría que esperar a que tuviera sed.

Al cabo de dos horas entró un agente con un monitor, detrás llegaban Freire y el sargento. Habían acordado que Freire llevaría la voz cantante, pero no estaba seguro de que su compañero fuera capaz de permanecer callado.

— Buenas tardes — Freire se sentó en la silla de la derecha, otro día sin comer.

— Malditos hijos de puta — gritó fuera de sus cabales —. Me habéis hecho esperar todo el puto día. Vagos de m****a. — Tenía la ropa sucia y las ojeras marcadas, como si no hubiera pasado por casa en varios días.

— Cállate — le ordenó el sargento que en seguida se había puesto rojo. Intentaba frenar su genio.

— ¿Por qué estoy aquí? — intentó hinchar el pecho, acostumbrado
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