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Lancé los papeles al suelo y me fuí directo a la puerta con un genio del demonio, que estaba segura le dejaba una feísima imágen de mí, al abogado de mi marido. La abrí con ira, g me detuve a un costado, con una mano en el picaporte y la otra en mi cadera antes de decir:

—¡Fuera de mi casa!... y dígale a su cliente, que ya le irá a ver mi abogado a él, con una contrapropuesta. 

El hombre se levantó con profesionalismo y recogió su maletín del suelo, con parsimonia hasta mi posición y me advirtió antes de salir:

—Su abogado sabrá, en cuanto vea el documento —se detuvo para enfatizar —que este acuerdo estaba implícito en su sentencia de matrimonio. No es negociable bajo ninguna circunstancia y mi cliente no va a ceder ante sus obligaciones. Usted es su esposa, y él está en
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