Susto

Bajo la misma perdición de sus besos, la tomé de la cadera y ella entrelazó sus piernas en mi espalda, aferrándose de mi cuello y pegándome más a su cuerpo. Nuestros besos escalaron descomunalmente; la deseaba, en ese momento quería sentirme a plenitud, aun sabiendo de lo que estábamos haciendo no estaba del todo bien.

¿Por qué tiene que sentirse tan bien y tan mal a la vez? Acaricié sus muslos descubiertos y apreté su trasero firmemente en mis manos. El gemido que escapó de sus labios lo silencié con un beso más rudo y profundo. Sus besos me saben a miel, sus labios son demasiado adictivos. La humedad de su lengua jugando con la mía me tiene al borde del abismo.

—Creí que hablaríamos, Sr. Keith.

Me pone cuando me dice Sr. Keith. Su voz no puede sonar más erótica y dulce.

—Lo haremo
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