Había pasado un año desde la última vez que vi a Xavier, recordar todo lo vivido a su lado era una constante tortura.
En aquel tiempo creíamos, ciegos a lo perverso, que íbamos a estar por siempre unidos, todo eran recuerdos que de apoco carcomían mi interior.
Sin saberlo ni pensarlo planeamos de a poco nuestra destrucción mientras somos mortales y en la inmortalidad sufriremos una eternidad.
Somos culpables de todo y aun así disfrutamos inconscientemente culpando a alguien más. Perdemos, ganamos, caímos, nos levantamos... Y algunos, vivimos por siempre, culpándonos una y otra vez de los errores cometidos y de los besos no entregados, de las caricias que se quedaron guardadas y de los versos sin redactar.
Deseamos volver a plantear aquellas conversaciones que nunca terminamos, pero aquella persona ya no existe, no está a tu alcance y no puedes volver atrás por muy grande que sea el dolor. Porque el reloj corre y no se detiene, no se devuelve.
Jamás podrás entregar el beso que no di