2. Por favor, salve a mi bebé

— ¡¿Cómo que desaparecieron?! – Steve le gritó a Leo a través del celular.

Todo el asunto del hijo y la empresa, lo tenían con un mal carácter de perro y el verle la sonrisita estúpida de suficiencia, en la cara de su hermanastro, no ayudaba en nada a su pésimo humor.

Ahora, peores noticias.

— Llamé al laboratorio y según ellos buscaron tus muestras por todos lados, pero con mucha vergüenza me comunicaron, que desaparecieron – Leo le dijo, imaginando el cabreo de Steve, aunque no era para menos.

— ¡Me importa un comino su vergüenza!

— ¡Sabes que todos los meses aún me llega la factura de su laboratorio, cobrándome por mantener mis muestras almacenadas en sus confiables instituciones! – Steve le dijo con sarcasmo, intentando calmarse.

— Quiero una explicación Leo, a dónde fue a parar mi esperma, porque eso es algo serio y sirva o no, tampoco se puede desaparecer, así como así.

— Ya les exigí una explicación, no te preocupes, se abrirá una investigación – respondió, intentando aplacar la ira de su amigo

— Más bien, por qué no vienes aquí al hospital que estoy de guardia esta noche y te hago unos análisis de sangre, para ver tu conteo hormonal y demás.

— Tengo mucho trabajo…

— Steve, ya deja de poner excusas, ahora sin muestras, tendrás igual que obtener nuevas.

— Un bebé no va a salir de la nada— Leo, como buen amigo, sabía muy bien, que todo este tema era demasiado complejo para Steve.

— Bien, pasaré por el sitio donde estoy construyendo el nuevo edificio y sigo para el hospital— se comprometió colgando y mirando por la ventanilla oscura de su auto.

No sabía qué tipo de m4ldición tenía encima.

Estuvo felizmente casado durante años, hasta que su esposa falleció, en un trágico accidente a caballo.

La lloró y mucho, pero había pasado el tiempo y logró superarlo.

Mujeres que se le ofrecían y con las que había pasado una noche, tenía muchas, pero para plantearse comenzar una relación seria y más con sus problemas de fertilidad, la verdad es que no había encontrado a la adecuada.

O más bien, sí, hace más de un año se enamoró de una diseñadora de su empresa, pero como siempre, su mala suerte, esa excelente mujer ya tenía a otro hombre en su corazón.

Para qué iba a negar que se sentía solo, anhelaba a una compañera en su vida.

Alguien que lo recibiera en su hogar después de un día estresante de trabajo.

Sin embargo, una buena mujer, no era algo que se encontraba por ahí tirado y menos cuando todas las que se le acercaban, lo hacían por un interés.

Ahora, para completar, obligado que le diera un hijo biológico que engendraría con no sé qué.

— ¡Detente un momento! - le gritó a su chofer y guardaespaldas, saliendo a la fuerza de sus pensamientos caóticos, cuando una escena, en un callejón lateral a la avenida, llamó su atención.

Una mujer con una enorme barriga, suplicando a los pies de unos hombres con muy mala pinta, llenos de tatuajes y a las claras, unos gánsteres.

Sabía que esta zona era marginal y hasta medio peligrosa, pero de ahí a que se protagonizaran estos abusos y nadie se metiera, de verdad, que era demasiado.

— ¡Por favor se los suplico, esta es mi casa, dónde viviré, me están obligando a morir en las calles con mi bebé! - Emma lloraba y suplicaba, pero todo era en vano.

Ya habían pasado los tres días, en los que intentó buscar miles de soluciones, incluso volver a hablar con su líder, pero ni siquiera la dejaron suplicarle al jefe por clemencia.

Estaban decididos a quitarle su panadería y una vecina le contó que estas tierras, que antes nadie quería, habían subido su valor, por eso la presión de los usureros por quedarse con su pequeña tienda.

— ¡Suelten mis cosas, por favor! ¡Auxilio, auxilio! ¡Llamaré a la policía, esto es un abuso! - les gritó desesperada, sin saber con qué más amenazarlos.

— ¡Llama a la policía, llámala para que te lleve detenida por estar ocupando de manera ilegal un inmueble ajeno! – le gritó uno de los hombres, que sin compasión le tiraba sus efectos personales a la calle.

– ¡Soy una embarazada, es ilegal desalojarme así!

— ¡Esta panadería es mía, ustedes son unos ladrones que se aprovecharon de una mujer indefensa!

— Eso no es lo que dice este papel de propiedad, señora, apréndase bien las leyes y no hable estupideces – le mostró la propiedad del inmueble, que el infeliz de su marido había dejado en garantía, por la deuda impagable que le heredó a ella.

Emma, en su locura, se abalanzó sobre el documento para tomarlo, romperlo o hacer lo que hiciera falta para recuperar lo único que le quedaba.

Pero forcejearon y el hombre, para deshacerse de la mujer enloquecida, la empujó y Emma cayó pesadamente a la acera, dándose un fuerte golpe que la hizo gritar de dolor, agarrando su enorme barriga.

— ¡¿Cómo te atreves a tratar así a una mujer embarazada?! – Steve exclamó indignado al ver la escena ante sus ojos y como era abusada esa mujer, sin que nadie se metiera por miedo.

— Señor, no sé quién sea, pero es mejor que se ocupe de sus propios asuntos – lo señaló amenazante y todos sus demás compinches se acercaron a intimidar a Steve y su guardaespaldas.

— ¿Y si no lo hago qué?, ¿me vas a empujar como a esta pobre mujer? – Steve no era de los que iba haciéndose el héroe, pero ver esto delante de sus ojos y no hacer nada, estaba muy en contra de su conciencia.

Antes de escuchar la amenaza del gánster, se escucharon las sirenas de la policía.

Al parecer, algún vecino, de esos que miraban escondidos como ratas detrás de sus ventanas, se habían dignado a llamar al menos a las autoridades.

— ¡Si piensas que la policía nos va a intimidar, estás muy equivocado, tenemos todo el derecho de sacar a esta mujer de nuestro negocio!

– ¡Le avisamos con tiempo para que se mudara! ¡Ella nos debe…!

— ¡Aaahhhh! – un grito lo interrumpió e hizo que todos fijaran la vista en la mujer que permanecía sentada en la acera.

Steve vio con horror cómo salía sangre y más sangre de entre sus piernas, manchando todo su vestido.

La mujer pelinegra, con cara de agonía, se agarraba su gran barriga, llorando y gritando con evidente dolor.

— ¡Héctor, ayúdame a llevarla al auto! ¡Vamos al hospital! - Steve no perdió más tiempo en disputas y cargó a la mujer en sus brazos metiéndola en el asiento trasero del auto.

— Mi bebé… salva a mi bebé… — Emma lloraba con un dolor en su vientre que la hacía rabiar.

Sentía, como todo tipo líquidos se escurrían por entre sus piernas.

Su hijo, iba a perder a su hijo.

— Tranquila, respira profundo, el hospital está cerca, su bebé estará bien, todo va a estar bien

Steve no paraba de darle ánimos, apartando el cabello negro sudoroso de su frente y mirando a sus grandes ojos verdes, llenos de lágrimas de dolor y miedo.

Ni siquiera la conocía, pero una madre suplicando por su hijo era algo que le conmovía el corazón a cualquiera.

Haría todo lo que estuviese en sus manos para salvarlos, no los dejaría morir si dependía de él.

— ¿Leo, cómo está el bebé y la madre? – Steve le preguntó a su amigo, después de estarlo esperando por horas en su oficina.

La había traído a su hospital privado de confianza y donde estaba seguro la atenderían los mejores especialistas.

Esperaba que todo hubiese salido bien.

— Necesitan transfusión sanguínea, porque producto del golpe, la placenta se desprendió y eso fue lo que provocó tanto sangrado y las complicaciones a la hora de dar a luz – le explicó, sentándose cansado en su silla.

A penas y empezaba su guardia, cuando Steve se apareció como un loco, con una mujer de parto y sangrando en sus brazos.

Era cirujano cardiólogo, pero igual, por solicitud de su amigo, participó en el difícil parto.

— Atiéndanla con lo mejor, por favor, ponle los tratamientos que necesite – Steve no sabía de donde salía tanta empatía, pero el recordar su desesperación entre sus brazos y como luchaba por su bebé, le había dejado una fuerte impresión.

— Estamos en eso, pero la sangre del bebé no es compatible con la de la madre y es un poco rara, estamos buscando en los bancos de reserva cerca – le explicó Leo preocupado.

— Espera, creo que es tu grupo sanguíneo – Leo recordó mirando a Steve, era obvio que le preguntaba si podía donarle al bebé.

Por supuesto, ya después de hacer tanto, no le negaría su sangre para que sobreviviera.

Así que se sometió a todo el procedimiento de extracción y preparación de su sangre, para ser transfundida al bebé.

Steve, sabiendo que había hecho todo lo posible por ellos, se fue exhausto a su casa, ya tarde en la noche.

Hoy había salvado dos vidas y solo esperaba que esa pobre mujer resolviera sus problemas, pero ya él no se podía meter en eso, ella era una desconocida, o al menos eso pensó, hasta que unos días después, recibió una llamada que le cambiaría la vida.

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