Todavía era de día cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Valencia, pero ya había anochecido cuando los tres llegaron a Altea y leo estacionó aquel auto de renta en una de las calles principales.
—¿Tienes la dirección? —le preguntó a Guido, pero su padre se echó hacia adelante desde el asiento trasero y lo detuvo.
—Ni dirección ni nada —declaró—. Pareciera que no eres un estratega. Es de noche y no sabes lo que está pasando con ella. Lo único que sí sabes es que probablemente te bañe en aceite hirviendo cuando te vea, así que mejor vamos a comer algo, trazamos un plan y mañana temprano la buscas.
Leo resopló con impaciencia, pero al final su padre tenía razón: llegarle a Mía por asalto sin saber bien lo que estaba sucediendo, no era lo mejor que podía hacer.
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