Nunca, en toda su vida, Mía había sentido un dolor como aquel, porque no era un dolor físico. Durante todo su embarazo Mía había sonreído. Era cuestión de práctica: recordar todo lo bueno que tenía, dejarse consentir por su familia, preparar todo para la llegada de su bebé, hacer nuevos amigos…
Tenía tantas cosas buenas que se obligaba a poner las malas en un segundo plano, como el hecho de que guardaba el peor de los secretos y de que se sentía absolutamente abandonada aun estando en medio de tantas personas. Y sobre todo eso estaba su hijo. Por su bien se había obligado a ser honesta con su doctor, no sin antes, por supuesto, hacerlo firmar un acuerdo cerrado de confidencialidad.
El hecho de que Leo y ella fueran familia podía complicar las cosas para la vida del bebé. Con cada ecografía Mía esperaba alguna mala noticia, y luego