CAPÍTULO 16. DILO

Leo se detuvo, detuvo aquel beso desesperado y se miraron a los ojos con una necesidad tan infinita… con toda la urgencia de una primera vez… con toda la tristeza de una última despedida.

Mía sintió aquel nudo en la garganta mientras levantaba su mano y la ponía, aún temblando, sobre el pecho de Leo, justo donde su corazón latía con furia desenfrenada.

Cerró los ojos porque necesitaba sentirlo, sentir su aliento repartirse en pequeños besos sobre su boca; sentir su tacto, haciéndole arder la piel…

Sus pensamientos eran una sombra que se perdía en aquel mar de emociones que era por fin tenerlo. Su piel vibraba, florecía con cada centímetro de piel que unían… su corazón era un motor descompuesto que había andado ocho años solo para alcanzarlo y terminar de romperse allí, entre sus brazos.

Sus

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