¡Ahora mandaba yo!

Le rodeé el cuello con las manos y le besé apasionadamente. Cada roce, cada beso, era un recordatorio de lo mucho que nos queríamos y de lo incapaces que éramos de resistirnos el uno al otro.

Empecé a acariciar aquella polla deliciosa y, tembloroso, él empezó a acariciarme los muslos, el culo y su polla se hacía cada vez más grande y yo seguía llenándome la boca con aquella polla húmeda. Dante me bajó un tirante del vestido y empezó a chuparme los pechos con una deliciosa erección. Me quitó las bragas y me las metió en la boca, como una mordaza para evitar que gimiera en voz alta.

Luego Dante me tiró al borde de la cama, dejándome con las piernas abiertas para recibir sus chupadas. Arrodillándose, metió su cabeza entre mis muslos y lamió alrededor de mi coño, como torturándome para que suplicara por su lengua en mi coño.

Siguió pinchándome durante varios minutos hasta que no pude aguantar más y acerqué su cabeza, hundiendo su boca en mi entrepierna y revolcándome todo lo que pude p
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