05

Narra Leah♥

—Quiero que enciendan todas las luces.

La orden fue fuerte y clara, sin embargo, nadie se movió.

—Beatriz, enciende las luces. —Volvió a ordenar aquella voz fuerte y firme.

Becky se movió de mi lado.

Así que se llama Beatriz.

Cuando las luces se encendieron todas las mujeres lucían nerviosas. Y Becky agacho la cabeza cuando paso por mi lado. Algo no está bien. Observando la tira de guardias me detuve en el Vigía que había dado la orden, era un joven fuerte y alto y atractivo, quizás el más atractivo que haya visto y además, me parecía muy conocido.

Busquen al niño.

En ese momento, todas hablaron al mismo tiempo y se quejaron por los empujones de los demás vigías al intentar pasar hacia las literas. El líder, se acercó a Becky y de un empujón la apartó de su camino.

—Por favor Santiago, ten piedad.

¿Santiago?

Me sorprendió mucho el tono de confidencialidad que uso Becky para suplicarle. Noté un cierto desvarió en las intenciones de él, pero luego cuando de un momento a otro perdí el equilibrio, todo el ambiente volvió a ser igual de zafio.

—Aléjate de allí —dijo tomándome del brazo para empujarme. Tal vez pensó que estaba ocultando lo que están buscando. Que estúpido, solo estoy sostenida a las barandillas porque no puedo mantenerme de pie.

De pronto todo paso muy rápido. El llanto de un niño se escuchó detrás de una de las camas, luego una de las mujeres grito que no le quitaran a su niño y después una mano fría me sacudía. Intente encontrar refugio en aquellos ojos azules que me miraban con preocupación y fue inútil, todo el mundo se borró para mí.

—No cierres los ojos —Fue lo último que escuche para luego sentir ser cargada y después dormir de forma profunda.

Dices que es Lila Gómez ¿estás seguro? —Escuche decir.

Mantuve mis ojos cerrados y traté de despertarme del todo para prestar más atención.

—Si. Esta aquí por acostarse con un alto mando de la elite, ¿Qué te parece? —La segunda voz si la reconocí.

Gabriel.

Hubo un silencio.

—No lo puedo creer y pensar que siempre sus familias han hecho de menos de Leah.

Santiago.... Era Santiago

Aunque su voz, era irreconocible, su perfume seguia siedo el mismo.

Mis latidos se aceleraron.

—Para que veas. Ahora la pobre Leah está en no sé qué continente con los mejores médicos para poder quedar embarazada y posteriormente hacer su vida con mi perfecto hermano y la super diosa Lila, está aquí, pagando las consecuencias de sus actos. La vida es justa.

Otro silencio.

Evite llenar de ira mis pensamientos. La vida no es justa, y escuchar a dos completos desconocidos hablar de mi con aquella lastima lo comprueba.

—Ciertamente. No sé, pero siempre me gusto Leah.

—Soy tu primo, recuerdas. Tenía que aguantar tus babas cada vez que la veías. Era totalmente ridículo.

Ay, cállate Gabo, que tú no eres el más indicado para hablar —Esto no puede ser ensero. Seguro la droga de los medicamentos me está afectando—. De todas formas, ninguno de los dos obtuvo nada. Al final tu hermano se quedó con el premio

—El muy desgraciado nos ganó.

Abrí los ojos de forma involuntaria.

¿Qué escuche?

—Al parecer se está despertando —dijo Gabriel y maldecí.

No me quedaba de otra así que fingiendo pesadez abrí los ojos lentamente y quise que la tierra me tragase. Santiago. Por supuesto. ¿Cómo pude haberlo olvidado? Mi corazón comenzó a latir como loco y tuve que sentarme para respirar.

—No, no, no. No vas a fingir otra vez —Gabriel desconecto de forma bruta los cables y sentí mi mano arder—. Levántate, tienes que ir a cambiarte. Hoy te espera un muy largo día.

No desvié la mirada de Santiago. Su semblante estaba serio y su mandíbula fuerte y protuberante. No queda nada de aquel niño goloso, llorón y simpático que era. Ahora es fuerte y hasta da miedo.

Un nudo se formo en mi garganza.

Salvame, salvame como en aquellas noches donde misraba las estrellas.

Me gustaría decirle que soy aquella niña que dejaba que trenzaba su cabello. Me encantaría decirle que soy Leah, pero no puedo. Por más que quiera no puedo seguir fallándole a mi familia. Desvié mi mirada hacia Gabriel puede que lo haya visto y ahora sé que fue así, pero en aquel momento estaba tan escondida en mi mundo que no me di cuenta de lo que ocurría a mi alrededor.

Que tonta.

Sé que debí ser más despierta y juro por Dios que si pudiera devolver el tiempo lo haría, aunque ya es demasiado tarde. Creo que por esta vez solo me quedare con esta sensación de timidez y hormonas revueltas. Nunca pensé haberle gustado a alguien y menos que a pesar de mis defectos, pudiera ser considerada perfecta para ser una pareja.

—Vamos camina, pecadora.

De empujones estaba andando hacia la puerta. Santiago no me quito la mirada de encima, era como si no pudiera creer que era Lila, y si mis presentimientos eran correctos, tal vez, tenía alguna esperanza.

—No puedo caminar tan rápido —dije asfixiada. Gabriel se detuvo y se puso frente a mí, luego saco un pequeño aparato que reconocí de inmediato. Era con lo que me habían electrificado la primera vez—. Por favor, no lo hagas.

—Solo lo diré una vez. Tienes 20 segundos para correr y llegar a tu habitación. Si no lo logras, te alcanzare y supongo que esto te dolerá un poco.

Creo que mi cara demostró todo el temor que sentí en ese momento. Eran tres pasillos arriba. No puedo correr a tal velocidad, eso es imposible para mí.

—¿Por qué me odias tanto? —dije desafiando mi suerte.

—No te odio.

—¿Por qué lo haces entonces?

Gabriel encendió el aparato y este hecho chispas. Retrocedí de inmediato.

—Te advertí que las próximas veces que utilices el nombre de Leah para tratar de cubrirte te iría muy mal —Gemí del miedo y fui retrocediendo a medida que se acercaba—. Tienes 20 segundos. Comenzando ahora.

Mire el pequeño aparato y luego a sus ojos. No lo dude, a todo pronóstico inicie mi carrera.

Cada escalera era un sacrificio y cada paso que doy me hace querer vomitar. El aire me falta, mi cuerpo se empieza a entumecer y al oír las botas de Gabriel acercarse, todo se vuelve peor. Tengo miedo y no quiero ser atacada con ese aparato otra vez.

No sé cómo lo hice, pero cuando entre a aquella habitación y caí de rodillas arañando el al suelo en busca de aire, sentí que ese sería mi último día. Mi garganta ardía mientras boqueaba en busca de aire.

—Cierren la m*****a puerta —escuche a Becky decir.

De inmediato intenté respirar con todas mis fuerzas y entonces, sentí una mascarilla cubrir mi cara. Era oxígeno. Intente quitarla en un intento desesperado y Becky me lo impidió.

—Tranquila, tranquila. Estas bien. Respira, respira... —Sus palabras juntos a sus caricias por mi espalda me calmaron. Apreté la máscara a mi rostro y cerré los ojos esperando que el aire fluyera por mis pulmones. Tengo muchas preguntas, como por ejemplo ¿cómo llego esa máquina a la habitación? O ¿Quién la envió? ¿Acaso aquí todas saben quién soy? Abrí los ojos en busca de respuesta y Becky solo sonrió, no sé porque, pero eso basto para que me quedara tranquila.

—Abran la puerta —La voz de Gabriel quitó mi paz. Asustada me levanté de los brazos de Becky.

Ella me dio la máscara y hizo una señal y todas asintieron. Aquello me resultó extraño.

—No puedes entrar. Estamos en horarios privados. ¡Lárgate!

Di un respingo al escuchar tal hostilidad.

—Vieja bruja. Te juro que cuando te tenga en la guardia esta tarde, te las hare pagar.

—Pues huele mis calzones primero.

Todas las mujeres rieron y yo me sentí confundida. Becky está cometiendo un grave error al enfrentarse a él. No veo el porque les tiene que causar gracia. Luego de unos minutos escuchamos un golpe en la puerta. Una patada y luego unas palabrotas.

—Listo, la reina ha vencido.

Todas aplaudieron a Becky y esta me ayudo a ponerme de pie.

—¿Estas bien? —Preguntó acariciando mi cabello o lo que queda de él.

Asentí.

—Becky, necesito ayuda —Escuche a una de las mujeres del fondo dela habitación.

Sentándome en la orilla mientras que con una mano sostenía la mascarilla trate de visualizar lo que pasaba. Un llanto lleno la habitación y todas las mujeres, por lo que conté, eran unas 10, guardaron silencio, con semblantes tristes. El tiempo de observación me permitió darme cuenta de que todas eran adultas, de unos treinta y tantos años, excepto algunas que tenían la edad de Becky, cuyos rostros arrugados e inexpresivos me hacían sentir tristeza y compasión.

¿Qué habrán hecho para estar aquí?

—Sin mi hijo no quiero vivir —La desgarradora confesión vino acompañada con un llanto más fuerte.

—El bebé estará bien, Tamara. Si algo bueno hacen en este maldito lugar es cuidarlos. Al menos tienes la certeza de que se va a convertir en un buen hombre.

—Noooo... ¡Lo quiero de vuelta! ¡Es mi niño! —lamentó y los gritos me hicieron dar escalofríos en la piel. Todas volvieron a sus camas y escucharon con mucha aflicción aquellos lamentos que quebraban le alma.

A la hora del almuerzo, las oficiales nos obligaron a bajar. Cuando llegamos a un gran galpón a las afueras del Lado Correcto, percibí varios grupos de mujeres entre ellas, niñas. Eso me impacto y de forma descuidada e inmediata quise satisfacer mis dudas, aunque para mi sorpresa Becky ya estaba preparada para responderme cuando miro en mi dirección.

—¿Qué, que hicieron para estar aquí?

Asentí.

—Nacer. —respondió y siguió caminando.

Me quede mirando a las tristes niñas y apresure mi paso para alcanzar a Becky.

—No lo entiendo.

—No tienes por qué entender nada de este lugar, solo estarás dos años.

Esa respuesta no me gusto. Así que empeñada en saber muchas cosas la detuve.

—Estoy en un lugar en el cual no merezco estar. Por lo menos necesito conocerlo.

—Me dijeron que hablabas poco y que no eres entrometida. ¡Vaya, que ni tus padres te conocen!

Medio sonreí. No hablaba nunca frente a ms padres porque no quería avergonzarles por mi lenguaje y tampoco me atrevía a preguntar ni a indagar en nada porque siempre preferí estar en mi mundo. Un mundo en el cual yo era perfecta y, no tenía que fingir ser alguien diferente a mí.

—¿Me contaras?

—Si no vuelvas a poner esa cara de cachorro. ¿Tenemos un trato?

Sonreí.

—¿Nos sentamos? —dije arrastrándola hacia uno de los mesones.

—Pues mira que eres chismosa.

Al sentarnos las oficiales colocaron dos bandejas frente a nosotras, tuve que disimular las arcadas que me dieron al ver aquella agua verde. Becky soltó una risotada y tomo una cucharada. Hice una mueca.

—Oye, sabe mejor de lo que se ve.

Aleje la bandeja.

Becky la volvió a acercar.

—Oye, la primera regla para sobrevivir aquí es comer.

Nunca me ha gustado comer. Al contrario de Lila, siempre tengo tendencia de engordar. Mi madre siempre me ha mantenido a dieta por eso. Al menos tenía que mantenerme bonita por fuera.

—Y dime ¿Por qué hay niñas aquí?

Becky sorbio un poco de sopa y negó.

—Después de comer ¿ok?

Me cruce de brazos y bufe.

—Tenemos un trato —resople y Becky me pellizco una mejilla.

—Vale, malcriada. Debí saber que eres una niña consentida que arma berrinche por todo.

Sonreí y por algún motivo me sentí vigilada. Arrugue las cejas y mire hacia todos los lados. Las mujeres almorzaban de forma tranquila mientras conversaban y las oficiales solo servían el resto del almuerzo. Debo estar volviéndome loca.

—¿Qué es lo primero que quieres saber?

Analice mis prioridades. Son tantas cosas que, preferí comenzar por las básicas.

—Las niñas —dije—, dijiste que están aquí por nacer.

Becky soltó la cuchara y miro hacia el grupo de niñas.

—Son hijas de pecadoras. —dijo entre dientes—, están aquí porque fueron concebidas en delito y como sus madres fueron juzgadas, deben nacer y permanecer en este lugar hasta que cumplan la mayoría de edad.

—¡Eso es injusto! —Sentí rabia—, ellas son criaturas inocentes.

—Pues bienvenida al Injusto Lado correcto, querida.

El injusto Lado correcto, no había palabras más perfectas para describirlo.

—¿También hay niños? —quise saber recordando el dolor de aquella mujer.

Becky hizo una mueca y luego se quedó callada. En su rostro noté incomodidad y percibí que había dicho algo malo.

—Indulgencia por mi falta de tacto —dije recordando la tristeza de todas aquellas mujeres de la habitación.

Intente llevarme una cucharada de aquella agua verde a la boca y entonces Becky comenzó a reír. Baje el cubierto y la observe. Seguro los años le están afectante. Intente ser paciente.

—¿En serio dijiste indulgencia?

Alce ambas cejas en su dirección.

—Bueno eso fue lo que quise decir, a veces mi lengua me juega malas pasadas.

Ella movió sus manos y negó.

—No, no. Lo dijiste perfecto es solo que... bueno aquí hay tanto vocabulario como las páginas de esas revistas modernas. O del esos libros que.... Mejor olvidalo.

Me removí inquieta sin poder identificar si se estaba burlando de mi o me decía la verdad.

—En cuanto a tu pregunta —La observe de inmediato—. En el caso de los niños es diferente. Si nacen aquí no permanecen con nosotras. —Su mirada quedo fija en el frente.

—¿Por qué? ¿A dónde los llevan?

Becky hizo una mueca extraña y miro la mesa.

—Al alistamiento del Lado Correcto. —dijo. Acto seguido se levantó de forma brusca y me dejo sola. Intente averiguar que había dicho para que actuara de esa manera y no encontré nada hasta que alce la vista y me encontré con una intensa y azulada mirada.

La sensación de estar vigilada incremento y cuando Santiago me dijo que me acercará tuve un muy mal presentimiento. Mi mayor bendicion y mi peor miedo.

Continuará.

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