—Pero ya terminó —dijo, su voz más grave que antes, como si cada palabra arrastrara el peso de los años—. Y tampoco tengo nada con Montserrat. Ella para mí siempre fue una hermana más. Por eso pensé que era intocable.
Alicia parpadeó, sin entender aún hacia dónde iba esa confesión.
—La única mujer