Dolor.

La comida estaba pasando en silencio absoluto, la señora María se había ido hacia otra parte, él y yo estábamos mirando hacia un punto fijo.

La comida estaba riquísima, una tortilla de patatas —una típica comida de España—. Sentí la mirada de Roberto en mí, por un momento dejé de comer y miré la mesa.

—¿Por qué dejas de comer?

—¿Por qué me miras? —Lo escuché reír.  Giré la cabeza y sonreí falsamente.

 —Bien  —susurró y desvió la mirada  —hoy por la noche te quiero en mi habitación, es la puerta a la izquierda de donde está la tuya  —dijo para después levantarse e irse.

Las ganas de comer se me habían quitado, el miedo comenzó a recorrer cada centímetro de mi cuerpo, me levanté de la silla y me acerqué a la puerta corriendo, agarré la manilla y abrí la puerta, me quedé quieta al ver todo eso cargado de guardias, di pasos hacia atrás hasta chocar con un cuerpo.

—¿Creíste que podías irte? —La voz de Roberto me heló todo el cuerpo.

Me giré sobre mi propio eje, lo miré a los ojos y negué.

—Solo quería ver a los perros —mentí en un murmuro. 

 —¿Estas segura?  —Asentí rápidamente.

Uno de los guardias entró a la casa y le susurró algo en el oído a Roberto. Este bufó cansado y comenzó a caminar detrás del guardia.

 —Sube a tu habitación y no salgas  —demandó frío.

Subí las escaleras y me adentré a la habitación, me acerqué al ventanal y miré hacia el jardín. Vi a Roberto sacar a un hombre de una furgoneta negra, fruncí el ceño y al ver que Roberto subió la cabeza me escondí.

Unos minutos después Rina apareció cargada de bolsas.

 —Aquí tienes todo lo que necesitas hija.

 —Gracias  —le dediqué una sonrisa y le cogí las bolsas  —oye Rina, ¿te puedo hacer una pregunta? —Ella asintió con una sonrisa.

 —Dime hija.

 —Me dijiste que conocías a Roberto de hace muchos años  —asintió  —¿Sabes a qué se dedica?

 —Es empresario hija, estudió durante muchos años administración de empresas y ahora es el jefe de dos de ellas, una aquí en Madrid y otra en Londres .

Rina salió de la habitación para dejar que me duchara. Me busqué la ropa en las bolsas que consistía: en unos pantalones baqueros azules y un top blanco, las zapatillas blancas y la ropa interior roja.

Entré al baño que justamente fue la puerta que yo pensé que era, miré a mi alrededor en busca de una toalla y las encontré en el armario debajo del lavamanos, comencé a deshacerme de la ropa sucia y las ganas de llorar me golpearon, todo mi cuerpo estaba lleno de moratones, algunos más grandes que otros, negué efusivamente con la cabeza.

Entre a la ducha, puse el agua templada y comencé a mojar mi cuerpo. 

Al terminar de ducharme comencé a secarme y a vestirme, coloqué una toalla en mi cabello y me miré al espejo.

¿Esa era yo? Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, llevé mi mano derecha  mi boca y lloré. Nunca me había visto así, limpia...

Aunque por dentro estuviera sucia, odiaba mi cuerpo, odiaba a Alonso, pero por tan solo un mili-segundo me quise, me sentí bonita.

Salí del baño y vi a Roberto sentado en la cama, tenía los codos apoyados en las rodillas y miraba hacia el suelo.

—¿Qué haces aquí? —Levantó la mirada.

Se me quedó mirando por varios minutos, no decía nada solo me miraba ¿sorprendido?

—Joder con la peluda —se levantó haciéndome suspirar.

Me quité la toalla del cabello y froté un poco para quitar la humedad, volví al baño para dejar la toalla secar, cuando me iba a girar choqué de frente con Roberto.

—Ya van dos veces —rodé los ojos —. A la tercera eso traerá consecuencias —sonrió pícaro.

 —Deja de joder —volví a cerrar la boca de golpe.

Roberto levantó la mano y puedo jurar que mi corazón dejó de latir por un momento, cerré los ojos con fuerza y esperé el golpe pero nunca llegó, solo escuché una risa burlona.

—En diez minutos te quiero en mi habitación —asentí sin reprocharle.

Vi la mano en su nuca, me miró una última vez y salió de la habitación. Solté todo el aire que estaba retenido en mis pulmones y me senté en la cama. Llevé las manos a la cara y miré hacia la puerta.

Toqué mi pelo mojado y me preparé mentalmente para todo lo que seguramente iba a pasar en esa habitación.

Me levanté y me acerqué a la puerta, cogí la manilla y me pensé por unos minutos si salir o no.

Si no salía:

Yo misma estaría cavando mi tumba.

Terminé por salir, toqué dos veces la puerta de esa habitación, la puerta lentamente se abrió dejando ver a un Roberto sin camiseta. Aprecié su gran tatuaje de un lobo en el pecho, estaba muy bien trabajado su abdomen. Roberto cogió mi barbilla e hizo que lo mirara a la cara.

—Los ojos los tengo aquí —se señaló los ojos.

—Es la altura —puse mi mano como midiendo mi altura.

—Si, claro, pasa —se hizo a un lado dejándome vía libre para pasar.

La habitación como toda la casa era hermosa, una cama grande, había dos puertas normales y una corredera, un escritorio, el sofá, una pequeña mesa y como no, ese enorme ventanal.

—Dormirás hoy conmigo —soltó de la nada dejándome casi sin respiración.

—Estas loco —lo miré cruzada de brazos.

—Si tú lo dices será, pero dormirás conmigo y no se discute —se tumbó en la cama.

—No dormiré contigo, imbécil —se giró un poco y sonrió negando.

—Tú lo de tener respeto no lo entiendes ¿verdad?

—¿Quién lo ha tenido conmigo?

Debería aprender a cerrar la boca y más con él.

—Túmbate aquí, ven —palmeó la cama.

Negué con la cabeza. Roberto se levantó, me cogió del brazo y me tumbó en la cama.

—Serás un hermoso juego para mí —nos miramos a los ojos.

El odio en mis ojos creo que era evidente, sentía asco, la sonrisa cínica de Roberto me hacía querer gritar muy alto, pegarle hasta dejarle inconsciente.

¿Por qué me tocaba vivir esto a mí? ¿Qué había hecho para merecer esto? 

Desde que tengo uso de razón me he visto envuelta en toda esta pesadilla, no recuerdo haber tenido un día feliz, nunca he sonreído con sinceridad, pero lo que si he hecho muy de seguido ha sido llorar, hundirme en un mar de lágrimas, rezar por que todo esto se acabe, que llegara el día en que pudiera ser feliz. Si me dieran un euro por cada pensamiento suicida que se me pasa por la mente creerme que tendría para alimentar a todo un país, si tan solo pudieran ver el miedo que siento cada vez con un integrante de la familia Ortega se me acerca pensarían que había visto al mismísimo demonio, tiemblo del miedo cada vez que Roberto se me acerca o me toca.

—¿No vas a decirme nada?

—Acaba conmigo —susurré.

Roberto se me quedó mirando durante unos segundos. Su expresión facial era neutra, no se movía. Estaba tumbado casi encima de mí, su brazo derecho estaba al lado de mi cabeza,

—Es una pena, todavía te queda por sufrir mucho peluda —se levantó de la cama —. Puedes ir a ver los perros, te los llevará Manuel al patio trasero —me miró mal y me indicó con la cabeza que saliera.

Me levanté de la cama y salí casi corriendo hacia la mía, entré y cerré la puerta apoyando la espalda en ella.

Miré hacia el gran ventanal y vi a ese hombre llevar los perros casi a rastras. Salí de la habitación y abrí la puerta de la calle.

—¡Oye! No lleves así a los perros, no  ves que no quieren irse —miré mal al hombre.

—Calla perra —me acerqué al hombre intentando que soltara las correas de los perros.

Levantó el puño y lo estampó contra mi nariz haciéndome sangre, pegué un pequeño grito del dolor, la rabia comenzó a  subir por mi espina dorsal y lo que hice me dejó estática en mí sitio: alcé el puño y le di en la mejilla. El hombre elevó la mano con intenciones de darme pero la voz de Roberto detrás mía lo frenó.

—Ni se te ocurra tocarla o estas muerto —llegó a mi lado y al ver la sangre se lanzó encima del hombre.

Los perros comenzaron a ladrar. El hombre debajo de Roberto no se defendía, llegaron más hombres y los separaron. Yo estaba tiritando del miedo, tenía mi mano derecha en mi nariz, la sangre salía a chorro de ella.

—Vamos dentro —habló Roberto cogiéndome de la muñeca.

Entramos a la mansión y nos fuimos al salón para luego sentarnos.

—Deberías haberte quedado quieta —me miró mal.

—Debería.

—Si, deberías —nos miramos y él bufó cansado.

Se levantó de sofá y salió. Miré hacia la ventana, me quise levantar pero Roberto me volvió a sentar.

—Déjame.

—Puedo yo sola —le intenté quitar el algodón de la mano.

—Quédate quieta —comenzó a limpiar la sangre de mi nariz.

Intenté alejarme de él ya que la cercanía me estaba incomodando.

—¿Puedes dejar de moverte? —Suspiré.

—No te acerques tanto —me miró a los ojos y sonrió burlón.

—¿Te pongo nerviosa? —Negué.

—Me incomodas —silencio...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo