Ryan Neeson
Freya parece estar conmocionada y un poco confundida por sus propios pensamientos; su rostro es un completo popurrí de emociones ahora mismo y no sé si lo mejor sea dejarla sola para que termine de asimilar lo que paso anoche.
Hace rato que me aleje de ella para darle su espacio y debo reconocer que me dolió, porque la sensación de tenerla bajo mi poder fue increíble y hasta un poco adictiva, si se me permite ser sincero.
— ¡Mald1ta perra! ¿Cómo pudo hacerme una cochinada de esas? —la escucho mascullar, pero me cuesta un poco adivinar sus palabras porque tiene la cabeza suspendida entre sus manos y su voz se asemeja más a gruñidos de un perro rabioso—. ¡La voy a matar, lo juro! ¿Cómo pude ser tan estúpida para confiar en ella?
No me sorprenden sus perjurios e improperios, porque si yo estuviera en su posición mi reacción sería igual o quizás peor; lo que me lleva a considerar seriamente si debería decirle a Freya que yo conozco a la mujer que se aprovechó de ella, y peor a