— Cham, cham, cham — llamaba Milenka con insistencia a la puerta de Itzam — ¿Ya despertaste? Es hora de irnos.
Milenka, que estaba pegada a la puerta, por poco se va de boca cuando esta se abrió de golpe. Un adormilado y malhumorado Itzam apareció tras ella.
— Son las siete de la mañana — señaló con evidente molestia.
— Al que madruga, Dios lo ayuda — respondió ella con una sonrisa extendida por todo su rostro.
— A ti no te va a ayudar — respondió él amenazante.
— Assh, se nos va a hacer tarde, ni siquiera te has bañado.
— Ni siquiera estaba despierto. Y de hecho, pienso volver a dormir. Las tiendas abren hasta las nueve…
— Podemos ir a desayunar antes — sugirió ella.
— Bien, ve y espérame abajo — La pobre chica ni siquiera sospech&oacu