Un par de horas más tarde, la ardua y tortuosa espera de Milenka llegó a su fin. Itzam cruzó por la puerta irradiando masculinidad, una presencia que le hizo latir el corazón al instante.
— ¿Qué haces aquí? — creyó que, siendo tan tarde, encontraría dormida. Se había quedado más tiempo en la oficina para evitar verla cuando llegara.
— Te estaba esperando — respondió Milenka con voz tenue, controlando sus ganas de gritar y exigir una explicación sobre su futura hija.
— ¿Para qué? — Itzam la observó. Ya no era la chiquilla desgraciada y llena de mocos que había visto la noche anterior. La que tenía frente a él lucía más fresca, con el cabello suelto y acomodado perfectamente sobre sus hombros. La palidez de su rostro había sido reemplazada por unas mejillas sonrojadas, una mirada brillante y unos labios pequeños de color cereza.
«Es bonita» lo traicionó su pensamiento.
— ¿Es mi ropa? — alegó para distraer su mente de aquel desliz.
— Mmm… si… quería tomar un baño y me incomodaba usar l