Los estragos del desprecio e indiferencia de Itzam hacia Milenka comenzaban a notarse en ella. Estaba más delgada y algo ojerosa, se pasaba mucho tiempo encerrada en su cuarto, a veces dormida y a veces llorando. También comenzó a evitar a Itzam; le dolía ver cómo, por más que lo intentaba, él no le dedicaba ni siquiera una mirada, mucho menos un saludo o una sonrisa. Torturaba su mente preguntándose una y otra vez qué error había cometido ella para que él la tratara de aquella manera.
— Santurrona, pareces un zombi, ¿qué te pasa? — preguntó Doecchi, su compañero de asiento, durante la clase.
— No he dormido bien — había dicho tantas veces esa frase que ya le salía automática.
Doecchi la miró con sospecha. — Eso llevas diciendo semanas a las tontas de tus amigas; pero a mí no me engañas, ¿qué te pasa? — la insistencia del joven comenzaba a molestarle.
— Nada que te importe, ¿mejor? — exclamó irritada.
— Adivinaré, problemas con Balcab — exclamó socarrón. La tomó con la guardia baja, a