—¿Y si no me la tomo? —le pregunté con odio, porque el rencor me quemaba hasta lo más profundo del alma.
Javier solo sonrió un poco, casi ni se notó, y me dijo con voz tranquila:
—Si te empeñas en llevarme la contra, entonces no voy a tener más opción que encerrarte hasta que aprendas a hacerme caso.
—¡Javier! —grité con mucha rabia y levanté la mano para pegarle. Él no se movió y recibió el golpe directo en la cara, pero aun así no se molestó; siguió sonriéndome mientras me decía:
—¿Ya te desahogaste? Si todavía estás enojada, puedes darme otro golpe.
—¡Estás loco! —le reclamé con asco, mientras temblaba de la furia que sentía. Javier se me quedó viendo fijo y de repente estiró la mano para agarrarme, pero me quité enseguida con mucha repulsión—: ¡No me toques! —le grité.
Él dejó la mano en el aire y se quedó quieto, con una sonrisa triste.
—Yo solo... quiero llevarte adentro para que te tomes la sopa —me explicó.
—¡Ya dije que no me la voy a tomar! ¿Quién sabe si no le pusiste alguna