2.

- ¡Levántate de una vez idiota! -Me gritó papá muy cerca a mis oídos.

- ¡Que no me digas así!

- No puedo llamarte de otra manera Cristóbal, duermes como una mariposa. ¿Qué haces abrazando ese oso? ¿no te da vergüenza?

- ¡Ese no es tu problema papá!

-No pareces hijo del Gran Pedro Bustamante, si no fueras mi hijo ya te hubiera liquidado.

-Si claro, como digas. -Dije con evidente sarcasmo.

-Mañana cuando te despiertes, veras que te habré fusilado de una buena vez, sabes que ganas no me faltan. Tengo un hijo feo e idiota, eso no tiene razón de ser.

-Ya déjalo Pedro, por eso se levanta de mal ánimo. -Intervino mamá. Siempre ella quitándomelo de encima, por eso la quería tanto. -Ven a desayunar cariño, te hice los pancakes de cacao que te gustan.

- Por eso es que Cristobal es un idiota, lo tienes como a un bebé. Mañana le voy a dar cachetadas hasta que se le quite la pendejada.

-Papá…

-Y cámbiate que iras conmigo a buscar a Leandro, sin objeciones.

Cerca de las diez de la mañana llegamos al aeropuerto, me molestaba tener que llegar hasta acá y más siendo domingo, todo por buscar a Leandro, espero que él no me fastidie como papá. Trataré de no relacionarme mucho con él, no necesito amigos ni a nadie junto a mí. Esa necesidad absoluta de la raza humana por tener compañía no la puedo entender, si nacemos solos, ¿Por qué no podemos seguir así? Entiendo la necesidad de tener sexo, es algo biológico como ir al baño o comer, pero no puede ser así. Caminamos hasta los portaequipajes, por ahí venía el vuelo de Leandro. Dos chicas venían caminando con un par de maletas y cuando pasaron a mi lado, sonrieron mirándome y papá se emocionó mucho al ver eso.

-No pensé que alguien como tú llamaría la atención. -Dijo sonriendo.

- ¿Lo dices por lo feo que soy?

-No, no eres feo Cristobal, solo tienes cara de barracuda recién parida.

-Olvídalo. No me importa ser feo, al final una cara no sirve de nada.

-Bueno en realidad no eres feo…

- ¿Tengo cara de que ahora?

-Mira, allá viene Leandro. ¡Leandro! -Gritó y él nos miró.

Lo imaginaba completamente diferente, tenía el cabello rubio con ondas, mejillas llenas de pecas, ojos verdes y tenía un tono de piel bastante inusual, como bronceado, aunque no tanto. Iba vestido bastante informal, una camiseta blanca algo grande, unos jeans azules y converse. Solo llevaba un morral en el hombro.

-Este es sin duda más feo que tú. -Dijo papá horrorizado.

Se acercó hasta nosotros y sonrió, alargó la mano hacia mí saludándome, la estreché mirándolo a los ojos. Quería irme rápido.

-Hola hermanito. -Dijo Leandro con una sonrisa amplia en su rostro, se le formaban hoyuelos en las mejillas al hacer esto, lo miré seriamente. Tenía un acento bastante particular, como portugués, pero al mismo tiempo sabía pronunciar bien. Creo que esto se debe a que él es de Leticia, un municipio colombiano que limita con Brasil y Perú, exactamente con Tabatinga, una ciudad brasilera, son prácticamente una sola ciudad así que todos hablan igual.

-No digas eso. -Dije y rodé los ojos.

-Bueno señoritas, dejemos esta escena tan cursi y vamos a buscar a tu hermana a la casa de mi suegra.

Mi hermana se llama Sofía, tiene seis años y es la niña más preciosa del mundo, ella es hija de papá con julia. Recogimos a Sofía y papá nos llevó a almorzar algo ya que mamá estaba organizando unos regalos que le compró a Leandro. Yo iba en el auto sentado en el asiento de copiloto y me sentía inquieto, Leandro iba sentado detrás junto a Sofía quien no paraba de hablarle, contándole acerca de sus muñecas y un programa de televisión, ya parecían llevarse bien. Ni conmigo se lleva así. Papá la acostumbró a fastidiarme, ojalá Leandro no lo haga también.

- ¿Por qué hablas tan raro hermanito? -Dijo Sofía.

-No sé niñita. Yo hablo normal o al menos así me parece.

-Un día en el colegio la profesora me dijo que dejara de hablar con la boca llena porque eso era desagradable, yo no entendí por qué me decía eso así que no le hice caso y mi mamá me regañó, me dijo que dejara de hablar con la boca llena porque era de mala educación y tampoco entendí, entonces me miré en el espejo con la boca llena de espaguetis y vi lo fea que me veía. Quise matar a los espaguetis, pero no pude porque ya me los había tragado. – Dijo Sofía con decepción, cruzando los brazos sobre su dorso.

-Al menos vas a una escuela, apenas voy a entrar a una por primera vez. Papá me educó siempre en casa y cuando tenía tiempo libre, me iba al río a pescar, me adentraba en la selva a cazar con mi mejor amigo o ayudaba en los cultivos de la finca.

- ¿Y qué cazabas hermanito?

-Varios tipos de monos, guacamayas de colores o reptiles, los manteníamos en la finca junto al ganado.

- Una vez este idiota cazó una lagartija y se creía rambo, aprende de tu hermano, Cristóbal. -Añadió mi papá regocijándose por haberme avergonzado.

-Al menos yo no fui el que se desmayó en el zoológico delante de todos por un oso pequeño. -Respondí.

-Era uno grande, ¿cierto Sofía?

-Era pequeñito. - Dijo entre risas. -Papá es miedoso.

- No soy miedoso, no te dejes influenciar de lo que dice Cristóbal. Solo debes hacerme caso a mí cuando hable mal de él.

- ¿Por qué habla mal de él señor Pedro? – Preguntó Leandro curioso. Lo miraba por el espejo retrovisor.

- No lo sé, aún no encuentro una causa. Siempre ha sido divertido fastidiarlo ya que es el único modo en que me puedo divertir con él. Es muy amargado, aburrido y no le gusta nada.

- ¡Papá! ¡Ya deja de hablar de mí! – Dije molesto, él siempre me avergüenza delante de todos.

- No dije mentiras, barracuda. Sabes que eres pesado, antisocial y grosero. Te voy a quitar esas malas costumbres a la fuerza. Así sea lo último que haga.

- ¡Papá!

- Además eres feo, tienes el cabello como el muñeco novio de la Barbie y no me agrada tu dirección.

- ¿Qué dirección? – Pregunté.

- Pues tu dirección, el lugar donde vives. Esa dirección no me gusta, espero que la cambies pronto.

- ¿Él no vive con usted? – Preguntó Leandro.

- Sí, vive conmigo. Ese es el problema. – Dijo papá riéndose. Leandro y Sofía reían igual cada vez que él decía algo malo de mí o de cualquiera. Que bien marchaba el domingo, maldición.

Llegamos a la casa, bajé del auto de mala gana y vi mi madrastra junto a María, la empleada, estaban en la entrada. Omití saludarlas porque iba molesto y entré a la casa. Escuché que hablaban emocionados por la llegada de él y me puse mis auriculares. No es que esté celoso de que el haya llegado, pero ahora papá se va a lucir delante de él

fastidiándome. Ya veo venir sus bromas mañaneras, como él las llama. Cuando me lleva en su auto a la escuela, empieza a contar cosas, pero como ahora llevará a Leandro también, supongo que hará su show de comedia barato.

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