Entonces la música que sonaba en el salón se apagó, un profundo silencio se hizo en el ambiente, Luciana pasó a la mitad del escenario, las notas de la melodía empezaron a escucharse en las bocinas. Ella agarró el micrófono, cantó la primera estrofa, y de vez en cuando miraba a Miguel, y en el coro se acercó muy cerca de la mesa de él.
Miguel la observaba embelesado, bebía a sorbos su trago mientras la contemplaba y escuchaba cantar, suspiraba a cada instante como un adolescente enamorado.
—Se acabó, se acabó, se acabó. Pon punto final a este sueño —entonó, y miró a Miguel con profunda seriedad—. No pienses en continuar una historia que ya ha pasado de tiempo. —Irguió la barbilla, y volteó para proseguir cantando—. Se acabó, se acabó, se acabó. Sigue las reglas del juego. No sirve de nada jurar, prometer, ni rogar, cuando se apaga el fuego. —Volvió y se paró frente a él para concluir con la melodía.
—¿Cuándo se apaga el fuego? —indagó Miguel frunció el ceño, bebió de un solo golp