La noche fue larga.
Las palabras de Odete giraban en mi mente, y simplemente no podía pegar los ojos.
Decidí caminar por el jardín; tal vez el aire fresco aliviara el nudo que sentía en el pecho.
El cielo estaba cubierto de nubes, ocultando la luna y dejando el aire pesado, casi sofocante.
—¿Tiene dificultad para dormir? —la voz de James me hizo estremecer.
Me giré. Sostenía un vaso de whisky, el cabello ligeramente despeinado, la mirada distante y tensa.
—Por lo visto, usted tampoco —respondí, intentando disimular la incomodidad.
Él se acercó despacio, hasta quedar a pocos pasos de mí.
Los recuerdos de la conversación que había escuchado más temprano me invadieron, y el corazón comenzó a latir con fuerza.
—¿Ha pasado algo? —preguntó, atento a mi mirada perdida.
—No, nada… —mentí.
James era el tipo de hombre que cualquier mujer desearía tener a su lado: atractivo, reservado, dedicado al trabajo y un padre admirable.
Pero si se casaba con Odete, yo estaría perdida.
Competir