Piedad para los únicos

DARIAN

El aturdido lobo abre sus ojos y lo primero que divisa es a Alice Evans acurrucada en su pecho con una suave sonrisa dibujada en su rostro. Podía sentir por debajo de las sábanas su cuerpo completamente desnudo abrigándole en esa fría mañana de invierno, piel contra piel. Sus suaves manos estaban alrededor de su cintura sujetándolo con fuerza como si temiera que escapase.

Se la veía tranquila pero un tanto distinta a cómo la recordaba. O quizás, en realidad, lo único distinto era el modo en que la veía ahora, porque en verdad ella era…

“¡Amara!”, la llama su lobo feliz al ver su rostro dormido.

“Amara…”, responde Darian en un suspiro. Eso era.

Alice resultaba ser su Amara, pero no la única. No…

Tenía a dos únicos, Alice y aquel que ahora también tenía sus manos en su vientre

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