Buscamos a Paloma por todo el lugar: por el estacionamiento, por el parqueadero, pero no la encontramos. Noté cómo el semblante de Alexander comenzaba a tornarse cada vez más oscuro. Apretaba su arma con fuerza y yo, sinceramente, me asusté de lo que podría llegar a hacer.
Yeison caminaba a nuestro lado. El arma que el joven le había dado — el que supuestamente los había rescatado — solamente tenía una bala. Paloma no aparecía por ninguna parte.
— Hay que llamar a la policía — dijo Federico.
Pero Alexander negó.
— No. No aún. Tenemos que encontrar primero a Paloma. Si hacemos venir a la policía, probablemente huyan más rápido.
— ¿Huir más rápido? — le preguntó Federico — . ¿Crees que si Máximo la tiene en este momento no esté al otro lado ya de la ciudad? ¿Cómo pudiste ser tan ingenuo? — le preguntó Federico al pobre de Yeison.
Yeison estaba pálido como una hoja de papel. Le apuntó con el arma, sabiendo que no tenía ninguna bala.
— Deja de juzgarme. Yo solo hice lo que creí correc