Yeison sabía que aquello podría llegar a ser muy complicado. Como sus hermanos habían dicho, Paloma era una chica rebelde y voluntariosa. Pero tenía que intentarlo. Por eso estaba ahí, de pie, frente a la entrada del edificio donde vivía la chica. El portero lo miró de los pies a la cabeza.
— ¿Usted otra vez? — dijo, y Yeison asintió.
— Sí, yo otra vez. Podría decirle a Paloma que estoy aquí.
Pero el hombre negó.
— Ella dejó especificaciones muy claras de que no quería que nadie la molestara, ni siquiera sus hermanos.
— Que me lo diga ella — respondió Yeison — . Que me lo diga en la cara. Esto es algo de vida o muerte.
El portero lo pensó por un momento, como si tuviese miedo de la muchacha, pero finalmente accedió.
— Está bien, pero que se haga responsable de lo que pase.
— Lo sé — dijo Yeison.
El hombre tomó el teléfono y llamó.
— Un tal Yeison la está buscando.
Después de una pausa añadió:
— Ella dice que no quiere hablar con usted.
Yeison estiró la mano con un poco de viol