Vítor
Cuando Tomás se marchó, la abuela de Sofía nos invitó a desayunar con ellos. Miré a Sofía, buscando su opinión:
- ¿Quieres que me quede? - pregunté preocupado por su reacción.
Sophia respondió con una larga sonrisa:
- Sí, claro. Estaré encantada de que aceptes.
Con su aprobación, respondí a la señora:
- Muchas gracias por la invitación, estaré encantada de desayunar con usted. - Al fin y al cabo, estar al lado de Sophia era lo que más importaba en ese momento. Agradecí la oportunidad de compartir ese momento con ella y con su encantadora abuela.
La abuela de Sophia nos invitó a desayunar y, al mismo tiempo, destacó la sencillez de la casa. Señaló la cocina y se explicó:
- Vale, pero no te fijes, ésta es una casa sencilla. No es como tu mansión, donde la criada lo hace todo.
Sofía, un poco avergonzada, intervino:
- ¡Abuelita!
La señora se llevó la mano a la cara, quizá dándose cuenta de que había puesto a su nieta en un aprieto. Sophia estaba claramente preocupada por la impresió