4. A PARTIR DE HOY

«Digo que te amo, que no puedo estar sin ti porque te extraño»

[Marco Di Mauro ft. Maite Perroni]

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—¿Qué estás haciendo? —preguntó el hombre que despertaba al movimiento en su cama.

Braulio abrió los ojos para encontrarse con la espalda desnuda de Georgina, que estiraba sus brazos al cielo, permitiéndole apreciar muchos de sus huesos marcando sus pocos músculos y su delicada y suave piel. 

Sonrió al recordad que, apenas unas horas atrás, la mujer de su vida se había convertido en su mujer.

—Debo ir a casa a cambiarme para ir a trabajar —dijo Gina después de bostezar y devolver los brazos a sus costados. 

Entonces, pasándose la camisa de Braulio por el cuerpo, se puso de pie.

Viendo a amada dispuesta a irse, Braulio dejó la cama para vestirse y atrapar a la que seguía intentando recopilar todas sus prendas, que se encontraban desperdigadas desde la sala, por el pasillo, hasta esa habitación que compartieron.

Aún sin camisa, pero ya no desnudo, Braulio atrapó por la espalda a la morena que gustosa recargaba su espalda al pecho del que la aprisionaba con sus brazos por la cintura.

—No vayas a trabajar —pidió el hombre después de besar el cuello de la chica, haciendo reír a la que se giraba para abrazar el cuello del que, ahora un poco inclinado, chocaba los sus labios con los suyos.

—Si voy a trabajar —dijo ella después del beso—, necesito hacerlo, y tú debes hacerlo también — Sonrió—. Anda, suéltame —pidió zafando el agarre que mantenía en ese hombre que había decidido amar.

Él volvió a besarla tiernamente y la soltó. Ella tenía razón, a ambos los esperaban en el trabajo.

Braulio llevó a Georgina a su casa, una vez allí, mientras Braulio se estacionaba frente al departamento que Georgina compartía con su amiga, le recordó que tenían una plática pendiente. 

» Tienes razón —dijo Gina suspirando—, tal vez algún día —y se fue dejando un beso en la mejilla del que la veía abandonar su auto.

Braulio negó con la cabeza y se fue. Estaba demasiado feliz como para enojarse por ese desplante.

* *

—¿Cómo puedo amar tanto a alguien que conozco hace apenas tres meses? —preguntó con una enorme sonrisa Braulio a su hermana que, extasiada por la felicidad que veía en su pequeño hermano, sonreía al escucharlo casi canturrear sus palabras—. La amo Liz, la amo demasiado; y ella dijo que quería enamorarse de mí —informó en una enorme sonrisa.

—Ay, enano. Ojalá pudieras ver lo ridículo que te tiene el amor —dijo Elizabeth obteniendo una sonrisa socarrona del que había sido insultado, pero no ofendido.

Por su parte, Georgina comenzaba a preocuparse por su futuro. A la mujer que estaba cubriendo en el trabajo no le restaba tanto para regresar, y no tener trabajo le daría problemas. Además, también estaba el hecho de que, de la ganancia de la casa, no le restaba mucho dinero. Tanto viaje estaba agotando sus recursos mucho más pronto de lo que hubiera querido.

—¿Y si pides un préstamo? —sugirió Alexa, que odiaba verla preocupada, aunque justo en ese momento se viera extrañamente animada.

—¿Y con qué lo pago, Lexy? —preguntó Gina—. No puedo ir por la vida destapando hoyos para tapar agujeros —Ambas chicas suspiraron ante tal declaración, que no era más que la verdad—. Sin trabajo no sobreviviré ni otros dos meses de viaje —dijo en voz alta su cálculo.

Alexa seguía intentando buscar soluciones, pero no era tan fácil, pues, aunque entendía a su amiga, la situación problemática no era de ella. Por eso, aunque se esforzaba, no era capaz de comprenderla del todo.

Inmersa en sus problemas y pensamientos, Gina fue sorprendida por unos brazos que le aprisionaban la cintura. Y al escuchar una voz muy conocida en su oído sonrió un poco apenada, pero mucho muy feliz.

—Te estuve buscando por todas partes —dijo Braulio—. Así que aquí es donde te escapas.

—No estoy escapando —aseguró Georgina girándose para abrazar al que la amaba—, es mi hora de comida —dijo, recordándole a Braulio el motivo de buscarla.

—Ah, a eso venía —dijo ese al que se le vaciaba la cabeza cada que veía a la morena—, ven a comer con Liz y conmigo.

—¿Van a correrme y no saben cómo decirme? —preguntó Georgina mientras empujaba a Braulio con ambas manos sobre su pecho.

—Lo que queremos es ascenderte a esposa del hijo del jefe —anunció Braulio con seriedad, siguiendo el juego de la chica.

—¿Seguro que es un ascenso? —preguntó ella con desgano fingido, molestando al que ahora hacía pucheros. Pero Gina terminó accediendo a ir a comer con ese que seguía con cara de niño regañado—. Solo porque la señora Elizabeth me cae muy bien —dijo.

A Georgina le encantaba Braulio, él le permitía olvidarse del mundo de dolores y penas en que habitualmente estaba envuelta. Y a él, ella le fascinaba, le hacía una mejor persona. Los ratos que pasaban juntos eran excepcionales, siempre disfrutando de la compañía del otro, siempre hablando de tantas cosas como ocurrían, excepto ese tema pendiente que ella rehuía cada que Braulio lo sacaba a relucir.

—Solo dile, amiga —dijo Alexa—, hazlo parte de esto, ya tiene un pie adentro, arrástralo a ti para siempre.

Pero Georgina no podía solo hablar de eso. Había un par de cosas haciéndole peso en el alma. La primera era «¿cómo iba a decirle lo de la estafa si se mostró ofendida cuando la señaló caza fortunas?». Y la segunda era los problemas económicos que comenzaban a agravarse y en los que seguro querría meter su nariz, o su cartera.

—No sé, Lexy. Esto es un problemón. Braulio no necesita involucrarse en algo solo por la chica con la que se acuesta.

—Él te ama, amiga. No digas que eres un acostón y ya.

—No soy un acostón —dijo Georgina—, soy muchos acostones —Sonrió—. Pero esto es mi problema, no de él.

—Porque no quieres. Yo estoy segura de que si le cuentas tu problema te lo solucionaría, viajarías sin necesidad de trabajar —aseguró Alexa.

—No es lo que quiero de él, amiga y —suspiró—, también está lo del trabajo. No sé qué haré ahora que vuelva Marisa, que es como en dos semanas; necesito trabajar... Lexy, date incapacidad para cubrirte.

—No digas ridiculeces, sabes que también estoy falta de fondos.

—Pero sigues sin querer recibirme los alquileres.

—Es mi departamento, si pagara renta te los recibiría, pero no te cobraré por algo que es gratis. Somos amigas. Además ya casi ni vives conmigo —terminó con un tono divertido y sugerente.

—¡Lexy! —gritó en reproche Gina a la chica que le sonreía burlona—. ¿Qué voy a hacer? —farfulló Georgina recostándose en el mostrador de la recepción.

—Venir a comer con Liz y conmigo —dijo una muy conocida voz detrás de ella.

A la salida del trabajo, Braulio y Georgina se dirigieron al lugar donde compartían muchas horas y bastantes noches, el departamento de Braulio. Y, en la comodidad de la compañía de ese que amaban, el joven pidió algo que deseaba sucediera desde la primera noche que ella le acompañó en su cama.

—Múdate conmigo —pidió Braulio y Georgina se incorporó en el sillón donde recargaba su cuerpo al del hombre que le ofrecía su casa.

—No me conoces —excusó Georgina sorprendida—, no deberías meter a una desconocida a tu casa.

—Yo te conozco —aseguró Braulio acariciando la mejilla de la morena, seguro de saber cómo era exactamente ella.

Georgina sintió un delicioso escalofrío recorrerle la piel y la asquerosa culpa quemarle el alma.

—No sabes quién soy —señaló apesadumbrada.

La morena dio unos cuantos pasos, alejándose lo suficiente para tomar aire sin el aroma de Braulio y poder pensar con claridad.

Tal declaración dejó al otro sin argumentos. Esa era la verdad. A pesar de saber cómo era ella, no tenía la más mínima idea de quién era o quién había sido.

—Eso es porque no quieres contarme. No sé porque no confías en mí —masculló algo molesto él y la chica, que comenzaba a sentirse entre la espada y la pared, se defendió de uno que no le estaba atacando, pero que la estaba haciendo sentir vulnerable.

—Ya te dije que no es por falta de confianza —reclamó ella.

—¿Entonces qué es? —preguntó Braulio cansado de tanto misterio—, si no es desconfianza, ¿qué es lo que no te permite abrirte a mí?

Georgina se abrazó a sí misma y respiró profundo para tomar valor de decir eso que le pesaba en el alma. Pero no era nada fácil, ella no sabía qué reacción tendría él, y no quería que la tomara por caza fortunas, menos que le tuviera lástima y, en su cabeza, esas eran las únicas posibilidades a suceder.

Previendo el futuro, e intentando proteger su orgullo, inició forzando al hombre a hacer una promesa.

—Te contaré todo si me prometes que no vas a intentar solucionar mis problemas, porque me enojaría mucho de que me trataras como una chica débil, cobarde o indefensa. Son mis problemas y yo los arreglaré sola —dijo advirtiendo con la mirada que no aceptaría ningún tipo de ofrecimiento de parte del otro.

Braulio la miró con seriedad, ella estaba estoica, parecía que no cedería y, conociéndola un poco, lo mejor sería hacer lo que pedía. Aunque aún le molestaba que le excluyera de su vida de esa manera.

Mirándola con seriedad, solo asintió, y ella por fin habló.

» Soy casi huérfana —dijo Georgina y sus ojos se inundaron en lágrimas y pesados sentimientos. 

Inhaló hondo y exhaló lento para serenarse y poder hablar. El nudito de su garganta comenzaba a formarse y no quería llorar. Miró al cielo y, después de otra respiración profunda, volvió a hablar.

» Mi padre murió hace cuatro meses, y mi madre tiene seis, quizá ocho meses de vida.

Braulio se quedó de piedra, la vida de ella parecía complicada pues, conociéndola, había iniciado con lo más fácil.

» Ella está en un excelente hospital en España —dijo llevando su cuerpo al asiento frente a Braulio. Sin soltar sus brazos presionó un labio contra otro y parpadeó furiosamente para deshacerse de las lágrimas—, por eso voy y vengo los fines de semana.

Gina regaló una media sonrisa al que se forzaba a no mirarla con compasión, pues eso seguro le molestaría.

» Mi padre murió de un infarto, los médicos dijeron que fue estrés, y quizá depresión... Estaba en la cárcel —informó Gina sin poder evitar que sus labios temblaran y las lágrimas escaparan de sus ojos.

Georgina miró fijo a Braulio, que pretendía ir hasta ella para abrazarla. Pero ella no había terminado de hablar, y seguro sentirse cobijada por ese que amaba no le sería de mucha ayuda, así que negó con la cabeza para que el otro no dejara su sitio.

» Él estaba desesperado —explicó Gina aclarando la garganta—, no teníamos dinero para el tratamiento de mamá y, aunque había dejado la universidad a medias, no nos ajustaba el dinero, él... —La voz de la chica se fracturó y guardó silencio por unos segundos en los que lloraba—. Mi padre estafó a tu padre —declaró y ya no pudo contener el llanto.

Llorando bajo, mientras presionaba sus brazos a su cuerpo, Georgina encorvó su cuerpo hasta llevar su frente a las rodillas sin obtener ni una sola palabra del otro. Pasaron quizá un par de minutos donde el silencio reinaba, minutos que le permitieron a la chica serenarse y poder continuar.

» Tu padre es una excelente persona —dijo la chica—, a pesar de lo que hizo mi papá, al enterarse de las razones y las condiciones en que nosotras estábamos, me ofreció un puesto en la empresa cubriendo a su asistente. Antes de eso el abogado de oficio, que se hizo cargo del caso de mi papá, me daba trabajos esporádicos revisando pólizas y documentos de contabilidad o administración, él me recomendó y tu papá lo ofreció.

» La verdad es que me apenaba montones aceptar su ayuda, pero la necesitaba mucho, lo siento.

—No tienes que disculparte —aseguró Braulio—. No es tu culpa, fue tu padre —y, algo molesta, Georgina defendió al hombre que amaba y que, aunque se había equivocado, ella admiraría para siempre.

—No, mi padre no tiene la culpa —dijo ella—. Necesitábamos el dinero, mamá está muriendo e intentábamos hacer lo que hiciera falta... Sé que robar no está bien, pero no puedo decir que no lo entiendo, si pudiera daría mi vida por la de ella.

Gina terminó llorando de nuevo, pero sin perder la calma.

» El plan era que yo pagaría la deuda, pero después de que murió papá fue condonada; el seguro de vida de mi padre cubría el hospital de mamá, yo me mudé con Lexy y vendí mi casa para poder ir y venir a España, pero se está haciendo difícil. No me queda mucho dinero y estoy por quedarme sin trabajo —Braulio la miró confuso—. Solo soy suplente —recordó Georgina.

—Eres excelente en tu trabajo, no creo que se te niegue un puesto en la empresa — dijo el hombre intentando ayudar, pero sin ser la solución.

—Lo que gano no cubre los viáticos —dijo ella—, además, necesito dinero para sobrevivir la semana. He estado viajando con el dinero de la venta de la casa, pero está por terminarse.

—Déjame ayudarte —ofreció Braulio—, yo pagaré los viáticos.

—Dije que no—interrumpió la chica—. No quiero tu dinero, ni tu ayuda. Lexy me deja vivir gratis en su casa y me siento terrible por ello. No puedo, te dije que son mis problemas.

Braulio suspiró.

—Eres tan cabezona —dijo—. Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó. 

Pero Georgina no tenía un plan.

—No lo sé... no sé qué voy a hacer —confesó ella.

Braulio se acercó a la mujer que amaba y la abrazó fuerte.

—Quiero ayudarte, déjame ayudarte por favor —dijo el hombre y Gina negó con la cabeza sin rechazar la cercanía del otro.

—Es suficiente con que estés aquí para mí —aseguró abrazándose al cuerpo de su amado.

—Para siempre —prometió Braulio.

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