Capítulo 4 Un paraguas negro.

—¿Mónica? —Su compañera tocó su hombro al no recibir una respuesta de su parte cuando la había llamado la primera vez.

—¿Sí? —dijo sobresaltándose por lo inesperado que había sido eso. Se había quedado absorta en sus pensamientos desde hace varios minutos. La noche anterior apenas había podido dormir pensando en todo lo que le había ocurrido en los últimos dos días.

William había llegado a poner su mundo de cabeza y ni siquiera se había involucrado con él de manera sentimental.

—Creo que la mesa ya está más que limpia. —Dijo la chica con una sonrisa divertida en su rostro.

Ella observó la mesa.

—Tienes razón.

—¿Sucede algo? —preguntó Alina. Aún mantenía la sonrisa en su rostro, pero su tono fue un poco más serio.

—¿Qué? no, todo está bien —Su compañera no insistió. No eran tan cercanas como para compartir con ella lo que realmente pasaba por su mente.

—Si quieres ve por tus cosas. Yo terminaré de cerrar.

—De acuerdo, gracias.

Entró a la habitación que tenían disponible para ellas y se cambió su uniforme por su ropa casual. Estaba por salir cuando se dio una mirada en el espejo y no le gustó lo que vio. Se soltó el cabello, y lo peinó. También se colocó un poco de labial.

—¿Qué estoy haciendo? —musitó frente a su reflejo. Sonrió y negó con la cabeza. Ya era tarde y no había tenido noticias de William, no sabía si realmente él la buscaría esa noche como le había dicho. Se colocó el bolso en su hombro antes de salir.

Algunas gotas de lluvia golpearon su rostro cuando estaba fuera del restaurante a punto de cruzar la calle.

—¡Genial! —musitó observando hacía el cielo. Ahora tendría que correr hasta la parada del autobús o tomar un taxi sino quería mojarse.

Aún no había tomado una decisión cuando la lluvia comenzó a caer con más ímpetu. Se preparó para correr, pero justo antes de que lo hiciera un paraguas de color negro se abrió sobre su cabeza y un brazo envolvió su cintura. A penas logró contener un jadeo mientras giraba su cuello e inclinaba su cabeza hacia atrás para encontrarse con el rostro de William.

El vestía todo de negro. Su cabello estaba un poco desordenado, aun así, se miraba muy atractivo, demasiado diría ella. Y lo que es peor su fragancia nublaba sus sentidos.

—Ven conmigo —Dijo él girándolos hacía su derecha. Había tenido que estacionar a una cuadra de ahí porque no había espacio.

Ella no opuso ninguna resistencia y se dejó llevar. William siguió resguardándola de la lluvia hasta que entró al auto, luego se subió él detrás del volante.

—Pensaste que no vendría —afirmó él con una sonrisa mientras la miraba desde su lugar.

Mónica no lo negó.

—Supongo que no tengo tanta suerte.

—¡Auch! Eso dolió —dijo llevándose una mano al pecho. Parecía ofendido, pero al final una sonrisa en sus labios le dijo que se estaba divirtiendo.

—Si vamos a hacer esto… —Comenzó a decir ella. No tenía caso postergar la conversación. Ya tenía una decisión, lo supo desde el primer momento, pero solo quería algo de tiempo para asimilar la situación en la que estaba a punto de meterse.

—Espera —dijo él interrumpiéndola— ¿Ya cenaste?

—¿Eh? —Lo miró confundida.

—Yo aún no. Y tengo mucha hambre.

—¿Estás hablando en serio? mira la hora que es. —dijo algo molesta.

—Lo sé. Tenía trabajo que hacer. Y si quería venir a verte debía terminarlo antes.

—¿Estás diciendo que es mi culpa que te saltaras la cena?

—No, yo no dije eso. —Ella lo miró como si quisiera fulminarlo con la mirada— Está bien, no tienes por qué molestarte. Te llevaré a tu casa. —dijo él mientras arrancaba su auto.

¿Quién iba a decir que con ese dulce rostro podría ser tan gruñona?, pensó. Pero eso estaba lejos de molestarle, en su lugar le gustaba. Y no podría explicarlo.

Mónica cerró sus ojos unos segundos y soltó un suspiro antes de volver abrirlo. Se giró para verlo.

—De acuerdo —dijo en tono de aceptación— A unas cuadras de mi casa hay una pizzería. Aún debe de estar abierta —De todas formas, ella a penas y probó bocado a eso de las seis, ya habían pasado algunas horas de eso.

William continuó conduciendo con su mirada puesta en la pista y no respondió nada.

—Oye —dijo ella— ¿William?

—¿Sí? —respondió.

—Escuchaste lo que dije ¿no?

—Sí.

—¿Entonces? ¿O qué? ¿Comer un trozo de pizza podría estropear tu estricta dieta y dañar tu perfecto cuerpo? —preguntó en tono de burla.

Él la miró un segundo y sonrió.

—Es bueno saber qué piensas que soy perfecto. —La miró y le dio un guiño.

Bueno, no era ninguna ciega como para no darse cuenta de que estaba en muy buena forma, pero jamás se lo diría en voz alta, eso solo alimentaria su ego.

«Idiota», solo lo pensó. Pero trató de decírselo con su mirada. William sonrió como si hubiera sabido lo que pasaba por su mente.

—Me estaba burlando ¿Acaso no te diste cuenta?

—Sí, sí. Como digas.

Mónica se cruzó de brazos, tenía tantas ganas de decir algo más, pero decidió girar su cabeza y mirar a través de la venta del auto mientras este estaba en movimiento. Era la tercera noche consecutiva que miraba a William y la segunda en la que él la llevaba en su auto.

Después de aquel incómodo encuentro en el restaurante, habría preferido que cada quien siguiera con su vida como lo hicieron luego de la primera vez que se cruzaron hace dos años.

Nunca había creído en el destino y era mejor no empezar ahora. Quizás después de que él obtenga su objetivo dejará de aparecer en su vida y todo será como antes, cada quien en su mundo. Porque no necesitaba ser un genio para darse cuenta de que él no era una persona ordinaria.

—¿Es aquí? —Su pregunta la sacó de sus divagaciones. Lo miró y le costó unos segundos darse cuenta a que se refería. Estaban frente a la pizzería de la que ella le había hablado, pero no recordaba haberle dicho la dirección exacta ¿Cómo es que había dado con el lugar? — Vi el rótulo anoche luego de que te dejé en tu departamento —Explicó él. Debió haber leído la pregunta en su rostro.

Ella se bajó y él de inmediato la siguió. Estuvo a su lado casi en un parpadeo. Entraron juntos al pequeño local y se sentaron en una de las mesas desocupadas.

William la vio levantar la mano y saludar a alguien. Él se giró para ver de quien se trataba. Era un hombre como de unos treinta años o más.

—¿Quién es? —preguntó.

—Es el dueño del lugar —respondió ella.

—Y supongo que lo conoces —dijo en tono aburrido.

—Así es —fue todo lo que ella respondió. Conocía a Federico no hace más de un año. Había sido gracias a él que obtuvo su actual trabajo en el restaurante.

—Mónica, es un placer verte por aquí —el hombre lo miró a él— Buenas noches —saludó. William respondió con un asentimiento. Habría sido más educado responder de la misma manera, pero no le dio la gana.

—Fed, Él es William. —Lo presentó.

—Me llamo Federico —él le extendió la mano— Es un gusto tenerlo por aquí, supongo que es su primera vez, sea Bienvenido —William tomó su mano.

—Bonito lugar —comentó.

Mónica lo vio extrañada. Para ser alguien que siempre tiene más que un comentario que decir, estaba muy callado. No le dio tantas vueltas al asunto y se concentró en el menú mientras Federico les decía también algunas opciones.

—Me gustaría pedir esta —Lo miró a él— ¿Qué dices?

—Por mí está bien lo que tu pidas —respondió.

Federico se retiró luego de anotar el pedido.

—¿No crees que fuiste muy descortés? —preguntó ella.

—¿Yo? —William se aseguró de sonar inocente, pero no la engañó— ¿Son muy cercanos? —soltó.

—Somos amigos desde hace un tiempo. Pero casi no nos vemos desde que trabajo en el restaurante. —William asintió.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿No tienes amigos, amigas? Pudiste pedirle a alguien de confianza que fingiera ser tu novia. —William pensó en las posibilidades que tenía y, quizás si había un par de amigas, pero no pensó en ninguna cuando sus pensamientos estaban puestos en ella.

—Confío en ti. —dijo y le dio una sonrisa.

—¿Y a que te dedicas? —preguntó cambiando de tema, si iba a fingir estar con él, debía hacerlo bien. Si no sabía nada de William probablemente cometería un error.

En ese momento un joven se acercó y colocó su pedido en medio de la mesa. Les deseó buen provecho y luego se alejó. Él la instó a tomar un trozo de la pizza mientras él tomaba de su refresco.

—Soy veterinario y me dedico a la crianza de pura sangre. —respondió él— a veces también hago que mis caballos compitan en algunos torneos. Aunque no es tan común que lo haga.

—Ah, ok. Ese día en el Parque Riccarton no estabas ahí solo por diversión —afirmó ella.

William negó con la cabeza antes de responder.

—Fui para concretar una venta.

El día que se conocieron William había ido a Christchurch para negociar con un cliente uno de sus caballos. Se dirigía al punto de encuentro cuando la figura de una mujer llamó su atención. El color de sus cabellos era castaño y le caía como cascada sobre toda su espalda. Ella parecía estar embelesada observando a los niños jugar, podía ver sus ojos brillar con algo parecido a la ilusión. Ella sonreía. Sintió el impulso de acercársele, pero lo pensó mejor y, no era buena idea. Estaba por darse la vuelta cuando vio a un hombre llegar hasta ella. Se habría ido sino hubiera visto la incomodidad y la molestia en el rostro de la chica. Parecían estar discutiendo. Entonces, William no lo pensó demasiado, y decidió acercarse más, solo para asegurarse de que ella estuviera bien. Lo que jamás se imaginó fue que ella pusiera su atención en él y decidiera utilizarlo para deshacerse del tipo, y mucho menos se imaginó que él terminaría besándola como lo hizo.

Al recordar ese momento, él deslizó su mirada hasta sus labios, y deseó repetir aquel beso solo para asegurarse de que sabían igual a como los recordaba. La chica de ojos marrones se sonrojó como si supiera lo que estaba pensando.

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