—El espacio es algo reducido para dos personas —intenté razonar.
Cuando finalmente nos sentamos en el carrito chocón, descubrimos el problema.
Aunque los carritos son para dos personas, con Sebastián y yo siendo ambos adultos, cualquier movimiento hacía que nuestros cuerpos se rozaran.
Me esforcé por encogerme lo más posible para mantener cierta distancia, y propuse: —Mejor nos sentamos en carritos separados, ¿te parece?
No había terminado de hablar cuando el encargado dio el aviso de inicio, y la campana sonó. Los carritos comenzaron a moverse.
Antes de que pudiera reaccionar, un carrito nos golpeó por detrás, y el impacto me hizo inclinarme hacia adelante.
El recuerdo del choque que sufrí aquel día volvió a mi mente de forma tan vívida que mi cuerpo se puso rígido. Instintivamente, me aferré al volante para mantener el control.
—Endereza el volante y avanza —dijo Sebastián con su voz grave y segura, justo en mi oído. Eso me calmó un poco, pero aún no sabía muy bien qué hacer.
¡Boom!