Más allá del Alfa
Más allá del Alfa
Por: Tatty G.H
SUEÑO O LOCURA

—Zaid, para el coche. Detente ya.

Él rió y le dio un sorbo a la botella de licor.

Se suponía que viajábamos por carretera para celebrar el cumpleaños de mi novio, pero hasta ahora solo discutíamos, y romper parecía ser lo único que quedaba. Sin embargo, yo no quería, no estaba lista.

—¿No crees que es suficiente? Ya no quiero discutir, Cyra.

Sintiendo un picor en los ojos y unas increíbles ganas de llorar, frené la discusión y miré por la ventanilla del coche. Era más de medianoche y fuera había una gran luna llena en el cielo nocturno, era brillante y enorme. Exhalé con una esfera de pena en la garganta y desplacé los ojos al oscuro bosque al costado de la carretera.

Pero al ver esos árboles sin forma, todo comenzó a cambiar. Primero vi una gran sombra aproximarse desde un costado de la ruta, corría veloz y en dirección a la carretera. Directo hacia nosotros.

Mientras tanto, tras la primera sombra emergieron repentinamente del bosque otras 3, eran figuras grandes que corrían a 4 patas. ¿Se trataban de animales salvajes? Sea como sea, también fueron en dirección a la ruta.

En un microsegundo supe lo que ocurriría si no nos deteníamos. Con alarma me volví hacia Zaid y golpeé el tablero del coche con desesperación.

—¡Para, para ya! ¡Para el coche, Zaid! ¡Detente ahora!

Esta vez me escuchó, rápidamente pisó el freno y giró el volante. Aunque, fue demasiado tarde, el auto iba muy rápido y la primera figura golpeó el frente. El impacto estremeció todo el interior y se escuchó la carrocería romperse. Me escuché gritar en medio del caos. 

Apenas un segundo después, la fuerza del golpe hizo girar el coche sobre sí mismo. Los cristales estallaron en miles de pedazos entre un giro y otro, algunos me arañaron la cara, mientras el coche daba vueltas de campana. Escuché los gritos de Zaid, tan fuertes y aterrados como los míos.

Pero antes de poder verlo, el cinturón de seguridad estalló en pedazos y tras sentir el pinchazo de un trozo de cristal rozar mi costado, salí disparada fuera del coche. Dejé de gritar y me perdí por completo cuando caí sobre el duro asfalto, rodando entre vidrios rotos.

De cara al suelo, dejé de escuchar y sentir, todos mis sentidos desaparecieron. Me sumí en la inconciencia. No supe nada ni vi nada, solo una basta oscuridad sin dolor o miedo.

Sin embargo, esa paz duro poco. Lentamente comencé a volver en mí, primero abrí los parpados. Y lo primero que vi fue el destrozado coche, ardiendo en la noche a varios metros de mí, con las llantas derretidas apuntando al cielo estrellado.

Luego escuché el sonido del fuego, acompañado del crujir del metal quemándose y los últimos cristales estallando. Olí el olor a quemado en el aire...

Mi novio, pensé saliendo de mi estupor. Zaid.

No lo pensé, solo reaccioné y lo llamé a gritos.

—¡Zaid! ¡Zaid, ¿dónde estás?!

Grité a todo pulmón, preocupada por él más que por mí.

—¡Por favor, Zaid! ¡Responde, Zaid! ¡Zaid!

En ese punto y luego de tanto gritar, apareció el dolor, ardió primero en mi garganta, pero no fue nada en comparación a lo siguiente. Cuando intenté levantarme para ir en busca de mi novio, aullé de dolor y volví al suelo.

Me llevé una mano al costado, sintiendo como si mi alma estuviese escapando por allí. Al tocar mi piel, noté mi camiseta rota, llena de sangre y... Palidecí. Había un gran trozo de cristal perforando mi abdomen.

Como pude, me recosté boca arriba, y presioné la herida, pero sin tocar el cristal. Miré las estrellas, nítidas y brillantes. ¿Iba a morir sola en esa desolada carretera? ¿Y Zaid...? ¿Él... estaba vivo? ¿Ambos moriríamos allí?

Noté las lágrimas acumularse en mi garganta, estrujando mi pecho. No quería morir. No sola y así.

—Zaid... —dije cerrando los parpados.

A pesar de mis intentos por contenerla, la sangre no dejaba de fluir fuera de mi cuerpo, drenándome la vida. Pronto todas mis fuerzas se acabarían, y entonces sería mi fin.

—Por favor, Zaid, ayúdame —le rogué, pálida y débil—. No te vayas aún.

Durante un rato, no obtuve respuesta, solo un silencio más allá de las llamas consumiendo mi coche.

—Por favor, alguien... —supliqué con la voz rota y cansada, agotando toda esperanza—. Sí hay alguien... le suplico que me ayude. No quiero... morir sola.

Tal como esperaba, nadie contestó. Pero, justo cuando me rendí y toda fuerza dejó mi cuerpo, escuché a alguien aproximarse. Oí el crujir de los cristales bajo sus pisadas, se acercó lento y cuidadoso. Y solo cuando se detuvo a un paso de mi cabeza, logré entreabrir la mirada. De pie cerca de mí, había un hombre. Su rostro fue difuso al principio, pero luego se volvió nítido.

Aunque estaba muriendo, exhalé débilmente con sorpresa. A pesar de ser de noche, pude ver que ese hombre conmigo no era Zaid, sino alguien completamente diferente. A través de las penumbras, vi que era alto y fornido bajo un abrigo largo, sus cabellos eran castaños, largos y rizados.

Y sus ojos, sus ojos eran grises, agudos y hostiles.

—¿Quién...?

—Lo lamento, pero no voy a ayudarte —dijo con una vibrante voz grave—. Tendrás que morir. No puedo hacer nada por ti.

Hubiese fruncido el ceño, pero ya no tenía energía para nada. Solo seguí respirando por la boca, sintiendo como sí cada exhalación fuese la última. Mi piel estaba helada, pero sudaba frio.

—¿Por...? ¿Por qué... no?

Sus ojos se deslizaron hasta mi costado sangrante, meneó la cabeza con sutileza al ver la herida y el trozo de cristal incrustado en ella.

—Lo siento, pero como te dije, no puedo ayudarte. Ya nos involucramos demasiado en esto, y hacerlo de nuevo al ayudarte, podría resultar peor.

Poco a poco, mi mirada comenzó a perder agudez. Comencé a verlo difuso, a través de una ventanilla empañada por el frio.

—Yo no puedo salvarte, esto es todo para ti —negó y se dio la vuelta—. Lamento que haya resultado así para ti, humana. Créeme, morir aquí es mejor.

Lo escuché comenzar a alejarse, dejándome atrás para morir sola. Solo entonces, con la muerte sobre mí, logré sacar energía de mi fuerza de voluntad para girar sobre mí misma y sujetar con los dedos el borde de su largo abrigo.

Se detuvo al sentir mi agarre. Yo ignoré el dolor que me invadía y con el rostro sudando frío, alcé los ojos hacía él. Su expresión estaba en penumbras debido a la noche.

—Te lo ruego, ayúdame —le supliqué con la poca energía que me restaba—. Por favor... no te vayas. No... no quiero morir sola aquí. Me asusta... ¡Por favor... ayudame!

El hombre me miró sobre el hombro, pero yo no podía ver su expresión.

—Sí te salvo, ¿lidiarás con las consecuencias de tu elección? Para ti, vivir podría ser peor que morir aquí.

No entendía qué significaba todo eso. Solo quería vivir, lo deseaba desesperadamente. Apreté el doblez de su abrigo con mis escasas fuerzas.

—Te lo suplico, por favor... ¡Ayúdame! No dejes que... yo muera así.

Luego de unos segundos, abrió los labios y dijo algo. Sin embargo, yo no pude oír su respuesta. En ese momento mis dedos perdieron su poca fuerza y mi visión comenzó a oscurecerse de nuevo.

En el fondo, nunca creí que me suplica tendría efecto en ese hombre. Y más tarde, me arrepentiría por haberle rogado devolverme mi vida, pues a cambio, me arrebataría mucho más.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo