Su mirada era diferente y su comentario me dejó un puto sinsabor en la boca del estómago.
—No salgas con güevonadas, Inés.
—No, señor, disculpe nada más…
—No me jodas tú también. —Simón regresó a nuestro lado—. Consíguele o búscale ropa en su casa. —abrió los ojos—. Verónica se queda aquí hasta su recuperación y si me vuelven a mirar de esa manera olvidaré el aprecio que les tengo y les pegaré un tiro.
—No he dicho nada. —Rata alzó los brazos—. Ahora es imposible comprar, los centros comerciales los abren mañana, más bien madrugo a su casa, le pediré el favor a la amiguita que me dé algo de su propia ropa.
—¡En punto Rata! —abrí la puerta de la habitación—. Inés.
—&ique