Capítulo 14

 Después de lo sucedido, el comportamiento del príncipe cambió a frío e indiferente. Leela interpretó su arrebato como un sentimiento de lástima y pesar. No quería tener falsas esperanzas ni ilusionarse con un imposible. Siguieron sus entrenamientos como de costumbre, solo que recuperar la confianza y compañerismo que habían cultivado esos días antes de aquel beso, fue muy difícil.

 —¡Concéntrate! —Escuchaba la voz del príncipe en algún lugar. Ya hacían varios días que practicaban el mismo entrenamiento y, aunque había mejorado a diferencia del principio, todavía no lo dominaba.

Tenía los ojos vendados y estaba vestida con una ropa especial que llevaba el triple de su peso. Al principio, no podía moverse, pero ahora le era fácil utilizar sus técnicas sin perder flexibilidad. La idea era percibir al enemigo sin ver y esquivar los golpes, no solo de éste, también, de todos los obstáculos que salían como lluvias de unas máquinas especiales que le lanzaban todo tipos de objetos. Sí, el príncipe podía ser aterrador cuando se lo proponía, pero aquel entrenamiento la estaba ayudando bastante con sus reflejos y percepción.

 —Me uniré a la batalla. Debes adivinar dónde atacarme y esquivar mis golpes —escuchó la voz del príncipe—, todo esto con los objetos que las máquinas lanzarán. —Leela se puso en movimiento sin quejarse. Las máquinas empezaron a lanzar cosas y el príncipe comenzó su ataque.

 —¡Concéntrate! —le gritó de algún lugar al ver que ella no lograba esquivarlo. Un golpe en la espalda, otro en el estómago, hasta que por fin esquivó el que iba directamente a sus rodillas. De repente, no lo sintió. «¡Rayos! ¿Dónde puede estar?», pensó. Entonces percibió su presencia y una sonrisa se dibujó sus labios. Esquivó sus rápidos ataques. No sabía cómo podía moverse tan rápido; pero claro, él le llevaba ventaja, ya que ella tenía el triple de su peso encima y los ojos vendados. Aun así, la forma de desaparecer de su radar y volver a atacarla era increíble, incluso más que la de aquel guerrero en la ciudad Met.

 Él la atacaba con los objetos que las máquinas lanzaban y giraba alrededor de sí, pateando todos los obstáculos en dirección a Leela; ella se giraba al igual que él, devolviendo los objetos a su dirección. Otra vez no lo percibía, él la atacó por detrás y ella lo esquivó tirando un golpe a su pecho, pero él dobló su muñeca evitando que lo tocase. Después de media hora de lucha, Jing hizo señas a sus sirvientes para que apagaran las máquinas, avisó a Leela que se quitara la venda y antes de ella proferir su queja, se fijó que él también tenía los ojos cubiertos y que tenía aquella ropa pesada.

 —¡Vaya! —exclamó con decepción. Él entendió su expresión y se deshizo de la venda que cubría su mirada.

 —¡Pero si lo has hecho muy bien! —la elogió—. Has mejorado mucho.

 —¿A eso llama bien? —Dejó salir un bufido—. No le propiné ni un solo golpe —se lamentó con frustración.

 —Siento no dejarte cumplir esa fantasía, pero ¿qué esperaba?; soy el príncipe Jing, uno de los guerreros más poderosos de los cuatro reinos —dijo con orgullo y una sonrisa de satisfacción.

 —Se le olvidó mencionar: el príncipe más arrogante y prepotente de todos los reinos de Destello —ironizó con un bufido.

 —Dejaré pasar tu insolencia porque estoy satisfecho con tus resultados. Descansarás hoy y mañana. Luego, volveremos al campamento a entrenar con los demás guerreros. 

 —¡Descansar! —celebró emocionada—. ¡Hasta había olvidado el significado de esa palabra!

***

Después de un baño y dos horas de sueño, se sintió totalmente recuperada de esas dos semanas de tortura a la que el príncipe nombraba entrenamiento. Sintió como su estómago rugía. Salió de la habitación y se topó con Jing en el largo pasillo.

 —¡Ahí estás, dormilona! —Él sonrió y Leela dejó salir un bostezo—. Te estaba esperando para cenar.

 —Pues, vamos —Ella dijo acelerando el paso—. ¡Estoy muriendo de hambre!   

Cenaron como si tuvieran varios días sin hacerlo.

 —¡Ahora sí me siento bien! —dijo Leela frotando su estómago—. ¡Por fin una cena decente!

 —¿Insinúas que te he estado alimentando mal estos días? —Él enarcó una ceja.

 —Una cena de diez minutos no es muy satisfactoria —se quejó y él sonrió.

 —Creo que voy a extrañar tu compañía. —Dejó salir un suspiro. Leela lo miró atolondrada, ese príncipe era tan bipolar que la estaba volviendo loca. Por instantes, la trataba como a una simple guerrera que debía acatar sus órdenes con indiferencia y frialdad. Otras veces, como una amiga muy cercana; y en algunos pequeños momentos muy sutiles y extraños, podía sentir ciertas insinuaciones que la confundían y amenazaban con crear algún tipo de ilusión o esperanza, de que talvez, ella no le era indiferente y él sintiera, aunque sea una mínima atracción por ella. Cada vez que recordaba ese beso se estremecía, la intensidad y conexión que tuvieron fue alucinante. Temía equivocarse, temía que sus instintos la traicionasen y terminara engañada por sus deseos de ser correspondida. A veces tenía la sensación de que él la necesitaba, pero no sabía de qué forma.

 —¿Qué tanto piensas? —Él la sacó de su ensoñación.

 —Nada... solo... —Suspiró—. ¡Olvídelo!

 —Descansa, Leela. —Se levantó de la mesa para marcharse.

 —Príncipe —lo llamó deseando retener un poco más su compañía.

 —¿Sí?

 —¿Por qué no vive en el palacio con su familia? —Él se volvió a sentar, pues tampoco quería irse.

 —Bueno... digamos que la reina es un poco intensa y asfixiante. Y sí vivo allá, bueno... me paso algunas semanas en el palacio para que ella no arme un drama, y porque es necesario algunas veces. Pero, prefiero mi propio espacio.

 —Un chico solitario —comentó—. Mientras que su hermano —un hombre casado—, permanece con sus padres, el príncipe soltero decide vivir por su cuenta.

—Sí, así es. —Sonrió—. No sabes el alivio que siento al ser el menor y no tener que llevar la corona. Es por esto que mi padre me puso a cargo de los guerreros y espías. Esa es una de las razones por las que vivo solo, necesito privacidad y un espacio para desarrollar mis responsabilidades como líder de los guerreros. Bueno, doy por terminado el interrogatorio, señorita. Voy a descansar.

 —Dulces pesadillas, príncipe —bromeó.

 —Solo si sueño contigo, Leela.

 —Ya quisiera soñar conmigo.

 —Yo no soy tú. —Sonrió con malicia.

 —¡Ja! —exclamó ofendida—. Yo no sueño con usted ni con ese beso...

«¡¡¡Rayos!!!  Leela, piensa antes de hablar», se reclamó a sí misma en sus pensamientos. «¡Estúpido príncipe!», pensó mientras se tapaba la boca aterrada.

Él se quedó inmóvil y con los ojos muy abiertos. Este sería un momento para estallar de la risa hasta más no poder, sin embargo, sintió una sensación melancólica por todo su cuerpo. Le daba tanta ternura su reacción, su carácter inocente y sincero. Lo despistada que era. ¡Cómo deseaba eternizar cada segundo que pasaba con ella!

 —¡No quise decir eso! Yo... no sueño con ese beso… Ni siquiera fue muy bueno. No es que haya sido malo... creo que fue el mejor beso de mi vida... No es que esté besándome por ahí con todo el mundo... ¡Rayos! Mejor me callo. —Bajó el rostro resignada.

 —Ve a descansar. —Jing dijo indiferente—. Creo que me pasé con los entrenamientos —añadió y se marchó.

***

A pesar de que ese día descansaría, se levantó muy temprano a calentar un poco. Las artes marciales estaban impregnadas en su ser; simplemente, no podía pasar un día sin ni siquiera practicar un poco. Después de su ejercicio matutino, se duchó y vistió. La ropa que el príncipe le dio no era muy femenina, pero sí fresca y cómoda. Se miró en el espejo y notó que sus músculos estaban más firmes e hinchados. Observó como aquel pantalón de pierna ancha blanco le daba un cuerpo escultural, a pesar de su soltura. Puso una blusa de tiros ajustada roja dentro de él, y se tiró un kimono de tela suave por encima sin amarrar, del mismo color que el pantalón. Soltó su largo y ondulado cabello y puso un poco de brillo rojo en sus labios. Salió dispuesta a disfrutar de su último día en aquel lujoso lugar, después de que desayunara.

 —¿Sabes por qué el príncipe no vino a desayunar? —preguntó mientras la muchacha recogía la mesa.

 —No —negó—. Solo mandó a que le llevaran el desayuno a su estudio, pues se encerró desde temprano allí —respondió. Leela se encogió de hombros. Solo esperaba que no estuviera evitándola después de mencionar el tema prohibido. Aunque él no le había dicho que lo olvidara esta vez, era obvio que no hablarían de aquello ni muertos.

Leela se dispuso a recorrer aquel lujoso e interesante lugar. Horas después de curiosear por toda la casa, decidió salir a ese peculiar patio que tanto le gustaba. Se quedó atolondrada ante lo que sus ojos veían: de nuevo su apuesto príncipe estaba sentado en su banquito dándole vida a un fino lienzo. Por lo menos, llevaba ropa esta vez.

 —¿Quieres tratar? —propuso sin dejar de hacer aquello.

 —No quiero arruinarlo. 

 —No dejaré que lo hagas. Ven —esta vez la miró extendiendo su brazo hacia ella. Leela caminó con timidez hasta quedar a su lado—, siéntate aquí —indicó palmando el lado vacío de su banquito.

Leela respiró profundo, sentarse allí significaría estar demasiado cerca de él. Sería tener contacto con su piel, y eso no era muy conveniente.

 —¿Qué esperas? —inquirió perdiendo la paciencia. Ella obedeció y sintió un tirón en el estómago al percibir el calor que él emanaba. Posó su mirada al lienzo, pues temía mirar a su lado y rozar sus rostros—. Estás muy tensa —le dijo al oído, provocando que ella casi salte del angosto asiento.

 —Es que... no creo que sea buena idea... —masculló casi temblando. 

 —Toma. —Puso el pincel que él estaba utilizando dentro de sus dedos y tomó su mano con delicadeza. Un cosquilleo recorrió toda su piel, sus manos eran fuertes, pero suaves a la vez. Su delicioso aroma la estaba embriagando, no soportaba más esa dulce tortura—. ¿Ves? Es fácil, solo déjate llevar —dijo sobre sus oídos. Corrientes eléctricas golpeaban sus nervios.

¿Cómo es que él lograba esa reacción en todo su cuerpo con tan solo estar cerca?

 —¡Mírame! —Jing ordenó. Leela volteó hacia él y el príncipe tragó en seco al ver sus labios humectados con aquel brillo rojo. Se veían dulces y llamativos. Estaban tan cerca que Leela mordió su labio inferior de los nervios, provocando más humedad en la boca del príncipe. Verla morderse el labio desató su imaginación y se vio a él mismo mordiéndolos, saboreando su textura. Jing lamió los suyos por instinto, al sopesar esa fantasía—. Mira hacia el lienzo —ordenó con la voz en un hilo.

 —¡Príncipe loco! —Leela pensó en voz alta.

 —¿Qué dijiste?

 —Nada, nada —respondió nerviosa—. Pero debe aclarar sus ideas —refunfuñó—. Primero me dice que lo mire y luego que mire el lienzo, es muy extraño.

 —Es que olvidé lo que te diría —mintió. Su corazón aún estaba agitado, al igual que su respiración—. ¡Prosigamos! —indicó tomando su mano nuevamente—. Debes ser paciente y calmada para lograr encontrar la imagen oculta en el lienzo. Déjate llevar por el pincel, él te guiará.

 —¿Ah? —Leela abrió la boca llena de confusión—. Príncipe, creo que se pasó con el vino.

 —Ja, ja, ja, ja —Él soltó una carcajada divertido—. Eres la criatura más simple y despistada que he conocido jamás. 

 —¡Oiga! —Levantó los brazos olvidando que tenía el pincel en la mano, fue así como ensució el rostro del príncipe con pintura—. ¡Ah! Lo siento —se disculpó tratando de limpiarlo. 

 —Está bien, no es nada... —susurró al percatarse lo cerca que estaban sus rostros. Los recuerdos del beso en el río los inundó y se quedaron inmóviles mirándose a los ojos. Cada segundo, ellos se acercaban más, uniendo sus alientos y respiración. Leela cerró los ojos y el príncipe abrió sus labios para recibir los de ella.

 —¡Su majestad la reina hace presencia! —anunció uno de los sirvientes que irrumpieron en el patio, quienes hacían reverencia a la pequeña mujer. El príncipe se paró de golpe del asombro e hizo reverencia y Leela lo imitó con timidez. La señora hizo ademanes con las manos y éstos se enderezaron.

 —Si yo no vengo a ti, no nos vemos, príncipe —reclamó su madre. 

 —He estado muy ocupado en estos días, “madre” —respondió acentuando la palabra, ya que cada vez que ella lo llamaba príncipe, lo hacía de forma acusatoria por su descuido familiar.

 —He venido a concretar tu encuentro con la princesa Elena, de la tribu Cristal. —Ella anunció mirando a Leela con recelo.

 —¿A concretar mi encuentro con ella? Acaso... —Un escalofrío recorrió todo su ser. 

 —Los consejeros del palacio regresaron con su informe; al parecer, la chica cumple todas las características mencionadas en la carta de tu abuelo. Eres afortunado, ella es considerada una de las mujeres más hermosa de todos los reinos, así que planearemos el encuentro en el palacio, luego ella regresará a Cristal a prepararse para el compromiso. Después de que termine con los rituales de su tribu, la princesa vendrá a vivir en el palacio y pasarán tiempo juntos hasta que la joya brille, una vez esto suceda, se casarán. —La reina no dejaba de mirar a Leela mientras daba aquella información. El príncipe quedó petrificado como iceberg por unos minutos en silencio. Su mayor temor se hacía realidad, para peor de males, ella estaba escuchando la horrible noticia. Miró a Leela con tristeza, quien tenía el rostro en dirección al suelo sin ninguna expresión, al parecer, trataba de disimular su dolor.

 —Madre, no es el momento ni el lugar para hablar de eso —reclamó frunciendo el ceño.

 —Entonces, vayamos a un lugar más privado a discutirlo, porque sí es el momento para hacerlo. Esa es la razón de mi visita, Jing.

 —Espérame a dentro, por favor —dijo molesto. Ella asintió y entró a la casa seguida por los sirvientes. El volteó hacia Leela, quien mantenía la misma posición—. Leela... —balbuceó sin saber que más decir. Ella posó su mirada sobre él y fingió una sonrisa.

 —¡Felicidades! —soltó—. No haga esperar a la reina, voy a aprovechar para entrenar un poco.

 —Es tu día de descanso, mañana entrenaremos en el campamento.

 —No se preocupe. Realmente, necesito entrenar. —Bajó la mirada luchando contra esas lágrimas que amenazaban con salir. Él se acercó y tomó su mentón con delicadeza para apreciar sus ojos.

 —No es algo certero, son solo suposiciones de mi madre. —Trató de sonar convincente.

 —Príncipe Jing —dijo mirándolo con firmeza y él la miró con intensidad, pues escuchar su nombre en la boca de ella le agitaba la respiración y hacía que su corazón latiera con brusquedad—. No me debe ninguna explicación. Esto tenía que pasar tarde o temprano..., no debe sentir lastima por mí o por mis sentimientos. Como dijo: algún día conoceré el amor y lo superaré. Usted no cierre su corazón a la princesa Elena, trate de conocerla y de llevarse bien con ella. Es muy probable que se derrita al verla. Ella es muy hermosa —contestó sin dejar de mirarlo a los ojos. Tenía que mantener la poca compostura que le quedaba. Él asintió no muy convencido.

 —Gracias por tus palabras, Leela. —Acarició sus mejillas con ternura. Leela respiró para evitar que sus lágrimas salieran delante del príncipe—. No importa que tan hermosa sea esa princesa; yo conozco a la mujer más hermosa de todo Destello, no solo por lo atractiva que es por fuera, más bien, por lo valiosa que es por dentro…

 —¡Príncipe! —lo interrumpió—. Sus pensamientos deben ser para la princesa Elena —añadió y saltó por los aires perdiéndose en el bosque. El príncipe se quedó en su lugar hasta que ella desapareció de su vista.

Saltaba de tope en tope, tocando las últimas ramas de los árboles, dejándose llevar por los impulsos de su cuerpo errante; la fresca brisa acariciaba su rostro con fuerza, llevándose consigo las lágrimas que emanaban de sus ojos grises. Todo el dolor se liberaba de su pecho y el llanto se ahogaba en los aires, donde solo ella y aquella hermosa naturaleza eran testigos de aquel sufrimiento infernal.

***

 —Nunca habías traído una chica a tu casa, Jing. —Su madre comentó como si esperara una buena explicación de él. Estaban sentados sobre sus rodillas, frente a una pequeña mesa cuadrada, de acuerdo a la costumbre en la tribu de la reina. Él sirvió té en la taza de ella y la miró a los ojos.

 —Leela no es cualquier chica —respondió con desazón—. Sabes que es mi discípula y la estoy entrenando porque, después de su primera misión, supe que necesitaba un reforzamiento especial.

 —Me doy cuenta cuan especial es tu entrenamiento —ironizó—. ¿También le enseñas a intercambiar saliva con sus enemigos?

 —¿De qué hablas? —preguntó con la voz temblorosa.

 —¡Por favor, Jing! ¿Te vas a hacer el inocente? —Arqueó las cejas—. ¿Crees que no vi lo que ibas a hacer con tu discípula? Te desconozco, nunca has tenido una aventura con una de tus guerreras.

 —Y con Leela no es la excepción —refutó—. Leela no es ese tipo de mujer, yo la respeto y admiro demasiado como para tener ese tipo de relación con ella.

 —Precisamente es eso lo que me preocupa. —Él la miró confundido—. Ella es especial para ti. No quiero ni imaginarme que te enamores de una mujer de su clase.

 —¡No exageres! —negó—. La admiro como guerrera, es solo eso. No viste nada, no iba a pasar nada de lo que crees... —mintió—. Estoy consciente de mi responsabilidad. —Un amargor recorrió su garganta.

 —Eso espero. —Lo miró suspicaz—. No tienes por qué complicar tu vida ni la de ella. Entonces, vamos a discutir tu encuentro con la princesa Elena. —Sonrió.

 —Sobre eso... —Dudó un poco antes de hablar—. No es un buen momento, mamá. Estoy muy ocupado con la traición del reino del Norte y su unión a los rebeldes. Es un asunto serio y no tenemos la verdad de lo que pretenden. Déjame descubrir que se proponen con todo esto y luego hago lo que me pides.

 —Lo siento Jing, pero eso no es negociable —respondió cortante—. Aunque no lo creas, es un asunto importante. Llega un momento en que las joyas deben estar en el lugar al que corresponden. Se cree que son más que una simple prenda matrimonial, solo que no sabemos cuál de las dos es la llave principal, si la tuya o la de tu hermano. Hay una creencia de que ellas están relacionadas a la fuente de energía que da estabilidad a nuestro mundo. Es por esto que quiero encontrar a tu pareja ideal. Sabes que debe haber un acercamiento a esa persona para que se desarrolle la relación entre ustedes. Una vez ella sea tu complemento idóneo, las joyas brillarán.

 —Está bien, mamá. —Suspiró resignado—. Voy a conocer a la princesa Elena.

***

Leela llegó a los límites de los terrenos del príncipe. Saltó una muralla que lo dividía de un bosque a las cercanías de los límites de Zafiro. Estaba divagando en aquel lugar, quería sacarse aquel dolor del pecho. 

 —¡Qué tonta soy! —exclamó en voz alta—. ¿Cómo se me ocurre enamorarme del príncipe? —dijo dejándose caer de rodillas. Luego miró a sus alrededores, pues percibió la presencia de alguien—. ¿Estás seguro de eso? —inquirió con una sonrisa forzada—. No te conviene que desquite mi dolor contigo.

 —¡Qué graciosa, chiquilla impertinente! ¿Cómo se te ocurre a ti, pasearte sola por este lugar? —respondió un hombre vestido de negro, quien estaba detrás de ella con una espada sobre su hombro derecho, mientras ella aún se encontraba de rodillas.

Leela respiró con hastío, aunque satisfecha de poder descargar su ira contra alguien. Lo golpeó con su codo en el estómago, giró a medias golpeándolo con su otro brazo en la cintura, al mismo tiempo dobló su muñeca y cambió el blanco de su próximo golpe al rostro. Tiró la espada al suelo y lanzó al tipo por los aires; hecho esto, saltó y giró pateando la espalda de su enemigo, quien cayó contra un árbol, quedando inconsciente.

Se incorporó y paseó su mirada por todo el lugar sabiendo que él no era el único. Segundos después, cinco hombres robustos y vestidos de negro venían en dirección a ella. Esperó a que se acercaran y se lanzó hacia arriba con los pies juntos y los brazos abiertos como si tuviera la destreza de volar como un cohete. La acción fue tan rápida, que sus atacantes no la percibieron, chocando entre sí y cayendo al suelo. Se pararon rápido, aunque medio atontados por el golpe.

 Leela cayó sobre sus pies sin ningún esfuerzo y empezó la lucha cuerpo con cuerpo con aquellos hombres. No tuvieron chance de atinarle ni un golpe, pues ella era muy rápida y ágil. Ellos corrieron la misma suerte que el primero, yaciendo en el suelo. Corrió hacia unas colinas y sonrió al encontrar lo que buscaba.

 —¡Veo que me descubriste, preciosa! —dijo un hombre delgado vestido como los demás, así que no podía ver su rostro—. Lástima que tendré que matarte, en otras circunstancias me hubiera revolcado contigo, muñeca. —Su comentario prendió más la ira de Leela, pero ella se quedó quieta estudiando a su enemigo. Él estaba armado con dagas, estrellas ninjas y una pistola laser. La última arma no era muy común, y sus mayores creadores eran los de la tribu Furious. Era una tribu de robustos guerreros, la mayoría tatuados y vestidos de forma salvaje. Pero ellos pertenecían a la alianza.

 —Veo que hay traidores en todo lugar. —Ella comentó con ironía—. Tu gente ha sabido manipular a las personas más influyentes de cada gobierno para atacarnos.

 —¡Vaya! Notaste que soy del reino del Norte. —Aquel hombre se acercó con una sonrisa malvada—. Tú no eres cualquier guerrera. Deberías unirte a la causa.

 —¿A la causa? —Rio con sarcasmo—. ¿Llamas causa a la traición y el caos? Porque debes saber que, si continúan con esta estúpida guerra, Destello entrará en una era de desastre y muchas personas inocentes morirán.

 —Toda causa tiene su sacrificio. Estamos hartos de que ustedes nos priven de la verdad y el poder que nos corresponden. Tú decides, te unes o mueres en este lugar.

 —Creo que prefiero patearte el trasero y descubrir que te trae por aquí. —Esbozó una sonrisa prepotente. 

 —¿Tú y quién más, preciosa?

 —Me basto yo solita, imbécil —Ambos se lanzaron por los aires y empezaron a atacarse. El chico era hábil, pero Leela le llevaba mucha ventaja. Él no había logrado propinarle ni un golpe, mientras que ella hacía con él como quería. La frustración lo inundó y empezó a tirarle las estrellas ninjas, fallando en cada ataque. Él tiró la última que le quedaba y Leela la atrapó con sus dedos, esbozó una sonrisa arrogante y le devolvió el tiro. La estrella ninja se le enterró en la pierna derecha y la irá lo inundó, sacó dos dagas y emprendió el ataque. Leela atrapó sus muñecas mientras estaban en el aire y lo pateó en el estómago, provocando que escupiera sangre. Le dobló las muñecas hasta que éste no pudo sostener las armas. Lo soltó y golpeó su rostro, la sangre corría como torrentes desde su nariz.

 —¡Bruja maldita! —exclamó el hombre en un alarido de dolor. Ella subió hacia él y le pegó en el mentón con su rodilla. El cayó al suelo y empezó a reír histérico. Sus dientes estaban manchados de sangre, escupió el líquido rojo y de un salto se puso de pie—. ¿Cómo te atreves, zorra? 

 —Dije que te patearía el trasero, cretino —contestó con la misma sonrisa que mantuvo en la pelea.

 —¡Muere, bruja estúpida! —dicho esto, sacó su arma y disparó contra ella. Leela giró por los aires y los impactos del láser dejaron orificios oscuros en el árbol que estaba detrás de ella. Leela desapareció de su vista. Él la buscaba con desesperación por todo su alrededor—. ¿Dónde estás, zorra? —Su voz era temblorosa y giraba con desesperación, los nervios lo hicieron disparar por doquier a la nada—. ¡Sal de dónde estés! —gritó perdiendo la paciencia.

 —¡Tus deseos son órdenes! —Escuchó detrás de él, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Leela le propinó una patada en la cabeza. Aquel hombre yacía en el suelo casi muerto—. Chico idiota, tú te vienes conmigo —dijo mientras secaba el sudor de su frente con su brazo.

                   

***

El príncipe tenía un dojo en su casa que quedaba cerca del bosque. Sus amigos y él estaban sentados en círculo sobre sus rodillas en el centro de éste.

 —Escuchamos a los consejeros hablar sobre tu matricidio. —Nico bromeó con una sonrisa sarcástica.

 —Vaya, los chismes corren como pólvora en el palacio. —El príncipe contestó con una sonrisa irónica—. Pero no es un hecho, son suposiciones. No es que me vaya a casar con esa princesa.

 —Bueno, ruega porque sea ella y no una princesa fea y desabrida. —Esteban espetó—. Eres un suertudo. He visto a la princesa Elena y esa chica es un bombón. —Mordió su labio inferior.

 —No solo es hermosísima —Nico añadió—, es una chica tranquila y fácil de manejar.

 —Yo creo que al príncipe le interesan otro tipo de mujeres... u.… otro tipo de mujer. —Hizo énfasis en la última palabra, ganándose la mirada fulminante de Jing.

 —¿A qué tipo de mujer te refieres, Bruno? —Esteban preguntó malicioso.

 —De las que son dominantes y pícaras. —Sonrió—. Ya saben, tipo Búho. —Todos soltaron una carcajada.

 —¿Podrían dejar de decir estupideces? —Jing reclamó enojado—. Son tan infantiles y estúpidos.

 —¡Uoa! —exclamó Nico—. Eso como que te afectó demasiado. ¡Escúpelo! ¿Pasó algo entre tú y la chica fuego?

 —En primer lugar, su nombre es Leela —Jing respiró para no estallar—, y, en segundo lugar, no me mezclo con guerreras.

 —Pues con un bombón así, yo no solo me mezclo, yo me agito y me cocino —dijo Esteban con movimientos atrevidos y todos soltaron una carcajada. El príncipe se puso rojo del coraje y lo agarró por el cuello de su kimono con ira, dejando a todos asombrados.

 —¡Respeta a Leela, imbécil! —Sus ojos ardían del coraje—. O me olvido de que somos amigos. 

 —¡Vaya! —Bruno exclamó—. Esa chica te tiene mal, nunca habías reaccionado de esa manera ante una broma de Esteban. —Los ojos de sus amigos estaban sobre él con asombro. Jing soltó a Esteban lentamente al percatarse de su reacción.

 —Es solo que no me gusta que se exprese así de otra persona, en especial, si es una guerrera —se excusó.

 —Como digas, Jing —dijo Nico para cortar el tema.

 —De todas formas, ese no es el tópico de esta reunión. —El príncipe dijo más relajado—. Los del reino del Norte están haciendo alianza con personas influyentes del reino del Este, ya que no pueden convencer al rey Miha. Necesito que se distribuyan por las aldeas y tribus principales; en especial, las más vulnerables. Búho los acompañará, mientras yo hago una visita a la ciudad Met. Mañana en el entrenamiento, escogeremos tanto guerreros reales, como no reales para la misión. Debemos tomarles ventaja. Ya he enviado a varios espías para seguir con las investigaciones. —Todos asintieron. De repente se escuchó un ruido y luego un golpe en el piso de madera, como si algo muy pesado hubiera caído sobre éste. Todos se pusieron sobre sus pies y se quedaron inmóviles por un momento, contemplando al hombre que yacía casi muerto en la cubierta fría y pulida. Leela entró al dojo con aire victorioso.

 —Lamento interrumpir su conmovedora y tierna reunión, chicos. 

 —¿De cacería? —Bruno preguntó con los ojos brillosos.

 —Digamos que encontré a este conejito mal puesto —dijo mirando al hombre con malicia.

 —¿No crees que se te fue un poco la mano? —El príncipe preguntó mirándola con indiferencia, o por lo menos tratando de hacerlo. Pero, era obvia la tensión entre ellos.

 —Digamos que se puso un poco necio —contestó evitando su mirada.

 —¿Sabes su identidad? —Nico inquirió.

 —Lo único que sé es que es un espía del reino del Norte y que estaba merodeando a las afueras de Zafiro. Creo que está buscando algo, pero no estoy segura que pueda ser.

 —Pero sí sospechas. —El príncipe afirmó como adivinando sus pensamientos. Ella asintió con timidez, Bruno la miró y luego posó su mirada hacia Jing.

 —Será mejor que un médico lo vea antes de que se muera sin que le saquemos información —el moreno propuso sin quitar la mirada de ellos dos.

Horas después...

 —¿Algo? —Jing se dirigió a Nico, quien se unió a ellos en el patio. Ya era de noche y el lugar estaba alumbrado de pequeñas luces de colores que daban un aire más paradisíaco de lo que ya era. Leela miraba alrededor del lugar con los ojos brillosos, nunca se cansaría de admirarlo. 

 —No mucho. —El rubio respondió limpiando sus manos con un paño—. El chico no tenía mucha información. Digamos que es un aficionado manipulado por alguien a quien admira. Es utilizado para merodear los lugares donde piensan atacar. Estaba buscando una brecha en tu casa, Jing.

 —¿Mi casa? —preguntó asombrado.

 —Debe ser porque eres el líder de los guerreros y por todos los secretos que tienes en este lugar. Deben imaginarse que es el centro de operaciones de los espías reales. —Bruno especuló.

 —Como si yo fuera tan tonto de ser tan obvio —profirió con arrogancia—. De todas formas, sí hay mucha información aquí.

Leela se quedó pensativa.

 —Creo que hay un traidor en el palacio, príncipe. —Ella espetó de repente ganando la atención de los presentes.

 —¿Qué dices? —La miró con confusión.

 —Y no creo que el traidor sea alguien influyente —Leela añadió con timidez por su descabellada intuición—. Creo que es alguien con bajo perfil y fácil de manipular.

 —¿Por qué alegas que hay un traidor en el palacio? —Nico interpeló.

 —Solo es una loca idea que se me ocurrió. —El príncipe frunció el rostro ante la inseguridad de ella.

 —Eso lo discutiremos tú y yo, en su momento. —El príncipe se dirigió a ella inexpresivo.

 —¿Creen que ellos estén buscando información sobre tu joya, Jing? —Bruno preguntó.

 —Puede ser. Me imagino que también escucharon la teoría de mi madre sobre las gargantillas y su relación con la fuente de energía. —Los tres jóvenes se miraron sonrojados.

 —No espiábamos, solo escuchamos por casualidad. —Esteban dijo con una sonrisita y los demás lo miraron mal.

 —Me imagino, escucharon por casualidad una información que la reina discutió en su estudio con los consejeros. —Jing se burló—. Bien, Nico —se dirigió al rubio—. Vamos a mi estudio para que me des los detalles de lo que pudiste hablar con el espía.

 —Claro. —Sonrió—. Si quieres te doy los detalles de la tortura, también —dijo para molestarlo, pues al príncipe no le gustaba esa forma de obtener información.

 —Vamos —repitió de mal gusto. Leela se apartó de ellos. Estaba parada frente al estanque observando el brillo de las luces en las corrientes de éste.

 —¿Todo bien? —Bruno se le acercó y ella asintió sin decir palabras—. Veo que Jing y tú se han vuelto muy cercanos.

 —Sí... es que tenemos la misma meta.

 —Me imagino —dijo incrédulo—. Jing es un chico discreto y reservado. Él no suele abrirse a las personas completamente, creo que se debe a toda la responsabilidad que cae sobre sus hombros. Prefiere mantener distancia con lo que le pueda estorbar, por eso no se da mucho a sus deseos, él es muy inhibido. 

 —¿Qué quieres saber? —preguntó un poco molesta.

 —Seré directo, entonces. —Rascó su nariz—. ¿Ha pasado algo entre ustedes? Algún suceso fuera de sus responsabilidades como guerreros. —Él posó su mirada sobre ella esperando una respuesta. Leela se puso nerviosa, pero trató de disimularlo.

 —Bruno, tú eres amigo del príncipe, si él no te ha dicho algo fuera de eso, es porque no hay nada más qué decir.

 —¡Vaya! —Sonrió—. Al parecer no tendré mi respuesta. —Leela devolvió la sonrisa.

 —No hay nada entre el príncipe y yo. Él se va a casar pronto y yo estoy comprometida con este reino. Me he entregado por completo a la batalla, no tengo tiempo para pensar en esas cosas —dejó salir un suspiro que mostraba una gran tristeza.

 —Entiendo. —Él asintió—. Eres una gran mujer, Leela, digna de admiración —sus ojos brillaron con intensidad.

 —Gracias. —Sonrió—. Espero ser una buena guerrera también. Le hice esa promesa a mi madre cuando niña.

 —Pues has cumplido con tu promesa —extendió sus labios con una sonrisa ladina—, porque eres una gran guerrera.

 —Todavía me falta mucho. —Se sonrojó.

 —¡Pero si eres de las mejores! —exclamó con una gran sonrisa.

 —Deja de alabarme tanto o me enamoraré de ti —bromeó. Bruno se sonrojó.

 —Yo no tendría problemas con eso. —Le dedicó una sonrisa pícara.

 —Pero yo sí. Conozco tus andanzas, casanova. —Ambos rieron. Leela y el moreno se voltearon al escuchar al príncipe aclarar su garganta detrás de ellos.

 —Disculpen la interrupción, pero necesito que vayas al palacio con los demás y le den la información a mi padre. —Jing se dirigió a Bruno con cara de malos amigos. Bruno asintió y se posó su atención sobre Leela.

 —Nos vemos luego, encantadora Búho. —Tomó su mano y dejó un pequeño beso sobre esta, para luego guiñarle un ojo. 

 —Vete ya. —Jing ordenó. Bruno se despidió y se marchó con los demás—. Se llevan muy bien. —El príncipe afirmó con tono molesto.

 —Sí, el moreno es un chico encantador. —Sonrió.

 —Bien, me alegro por ustedes —dijo incómodo y se marchó de su lado.

 —¿Y a éste que bicho le picó? —Leela dijo para sí con un resoplido, se cruzó de brazos y lo siguió con la mirada hasta que él entró.

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