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03/08/2008

Damián Webster.

—¿Por qué los golpeaste?— la voz enojada de mi padre siguía sonando por el minúsculo espacio del enorme camión que conducía desde hacía unas muy largas horas, el mismo que en la parte trasera llevaba dos toneladas de cocaína.— ¿Sabes por lo menos la magnitud de los problemas que se avecinarán sí el jefe de esos hombres se enoja por lo que les hiciste?

Di un trago a la botella que me acompañaba para luego dejarla en su lugar.

—¡Es mi maldito problema!— grité de mala manera, y es que las palabras que esos hijos de puta, se repetían una y otra vez por mi mente.

—¡No!— gritó de vuelta a través del auricular.—¡No es tu maldito problema! ¡Es de los dos! ¡De todos!

Sus gritos solo provocaron que la rabia me envolviera en su totalidad. Mis dientes se apretaron y casi pude sentir mi sangre hirviendo en mi cabeza, mis manos se afianzaron con tantas fuerzas al volante que claramente pude ver mis nudillos perder el color piel y tornarse a un crudo blanco.

—¡Se lo merecí
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