Cuando Christopher King y yo estábamos iluminados por la gracia divina de la luz de la luna llena, el tiempo se detuvo y no existía nada alrededor de nosotros. Se trataba de uno de esos momentos en los que quisieras existir eternamente. Pero, la luz dorada pronto se desvaneció y los vientos de la temporada invernal comenzaron a llamar nuestra atención, rozando nuestros brazos desprotegidos.
—La vista, es muy hermosa, si estás aquí… Pero, creo que mejor entramos, o vamos a resfriarnos… —sugerí, pues ya comenzaba a temblar de frío, aunque las manos de Michael estuvieran sujetando las mías.
―¿Hmmm?... Ajam… Ok… —respondió Christopher , distraído mirando mis ojos.
Tuvimos que despegar nuestra mirada y entrar a la casa que guardaba un poco más de calor. Christopher se preguntaba repetidamente si era un buen momento para hablar conmigo, o si yo aún estaba muy cansada. Así que, mientras limpiaba un poco su sofá para sentarnos y acomodaba las almohadas, me preguntó indirectamente mis plane