—Te lo ruego, perdóname, no me atreveré nunca más… —Eva lloraba, acurrucada en el suelo con desesperación.
Julián la miraba desde arriba, con los ojos llenos de frialdad y desprecio.
—Eva, tú mataste a Nuria, ¿y todavía quieres que te perdone? ¡Ni siquiera lo sueñes!
El frío de su mirada hizo temblar a Eva; nunca había visto a Julián de esa manera. El miedo le caló hondo, y arrastrándose, se abrazó a sus piernas llorando:
—Mi amor, Julián, sé que me equivoqué, perdóname, no me atreveré nunca más…
Julián la observó con frialdad, sin decir nada. Sacó su teléfono y marcó otro número.
—Entren.
Apenas terminó de hablar, dos subordinados entraron. Julián los miró y ordenó con voz helada:
—Rómpanle los tendones de las manos y los pies, córtenle la lengua y arrójenla al acantilado fuera del territorio.
—Sí, líder.
Los hombres respondieron y se acercaron a ella.
Eva, aterrorizada, forcejeó desesperadamente:
—Hermano Julián, ¡no! Por favor, perdóname…
Julián la contempló sin el menor rastro de