Capítulo 2
Cuando Julián vio que acepté, en su rostro apareció una chispa de sorpresa.

—Nuria, ahora estás más comprensiva, pensé que no aceptarías.

—Eva está a punto de morir, lo que ella quiera que haga yo lo cumpliré. Después de todo, soy la Luna de la Manada y debo cuidar a todos.

Respondí con frialdad.

Julián se quedó atónito por un segundo, y luego me abrazó con entusiasmo:

—¡Estoy orgulloso de tener una Luna tan generosa como tú!

Condujo primero a recoger a Eva, ella se dirigió directamente al asiento del copiloto.

—¿Nuria también viene? Sé que ustedes son los verdaderos compañeros, y el copiloto debería ser exclusivo para Nuria, pero me mareo un poco en el coche. ¿Podrías dejarme sentarme allí?

Julián la rechazó:

—No, el asiento del copiloto es de Nuria. Tú vas atrás, son solo diez minutos, no te marearás.

—…Pero si me mareo, me sentiré mal, con náuseas, y eso agravará el efecto del veneno…

Eva me miró con una expresión dolida, como si yo fuera yo la culpable de su envenenamiento.

—Siéntate tú delante, yo voy atrás.

Cedí voluntariamente el asiento del copiloto.

Durante todo el trayecto, Eva compartió con entusiasmo todo tipo de comidas y lugares turísticos. Su estado de ánimo era excelente, su rostro sonrosado, no parecía nada a una loba que estuviera a punto de morir por el veneno de lobo.

En cambio yo, con el síndrome de alma de lobo debilitada, ya tenía todos mis órganos colapsando.

De no haberme tragado una botella entera de analgésicos antes de salir, a estas alturas ya habría caído sin fuerzas en el suelo.

En el hospital.

Eva volvió a ponerse su apariencia enferma y frágil, pidiéndole a Julián que hiciera fila por ella o que recogiera sus informes.

Después de la revisión, pidió ir al parque de atracciones.

—Julián, nunca he ido a un parque de atracciones. Dicen que si pides un deseo en lo alto de la noria, cumpliría.

Julián me miró con cierta duda.

—Eva, a Nuria quizá no le guste ese lugar.

Porque yo tenía miedo a las alturas.

—Julián… —Eva se aferró a su brazo, coqueta—. Solo una vez, ¿sí? Voy a morir pronto. ¿Ni siquiera puedes cumplirme este pequeño deseo?

Julián no pudo resistirse y aceptó.

En el parque, Eva corría feliz como un pájaro, arrastrando a Julián de un lado a otro.

Yo los seguía, pero un dolor insoportable me recorría el cuerpo.

Los analgésicos de la mañana ya habían perdido efecto, así que me tomé otra.

Fui al baño y Eva me siguió.

—¿De verdad crees que siendo una mujer aburrida y vieja, puedes competir conmigo?

Ya no mostraba la dulzura de antes, sus ojos estaban llenos de burla:

—El veneno de lobo es falso. Cuando termine la ceremonia del vínculo, él será mío. ¿Crees que entonces lo voy a devolver?

No respondí. Bajé la cabeza. Me lo devolviera o no, ya no importaba. Yo no llegaría a ver ese día.

Al ver mi silencio, Eva se rió con más arrogancia.

—Mírate, encogida y temblando, pareces un perro callejero, qué ridícula.

Ella no sabía que, en mi bolsillo, había activado la grabadora del móvil.

Levanté la cabeza y la miré sin expresión:

—Eva, no entiendo lo que dices. Solo por compasión acepté romper el vínculo con Julián. Mi relación con él es fuerte, él no me abandonará.

—¿Ah, sí? Pues ya veremos.

Con una sonrisa maliciosa, me tomé del brazo y salimos juntas del baño. Afuera volvió a fingir cercanía:

—Nuria, vamos a la montaña rusa.

Sin esperar mi respuesta, tiró de mí hacia la atracción.

Cuando el vagón empezó a subir, miré el suelo alejándose y sentí un mareo insoportable.

Al fin terminó el recorrido, y justo cuando iba a pedirle a Julián que me sostuviera, Eva gritó de repente:

—¡Julián, me mareo mucho!

Se desplomó en sus brazos.

Julián la sostuvo y salió apresurado, sin notar que yo, detrás de él, estaba a punto de caer.

Bajé de la atracción con dificultad, mi cuerpo ya estaba exhausto.

Mirando sus espaldas, sentía que todo se oscurecía. Un chorro de sangre salió de mi boca y me desplomé.

Antes de perder el conocimiento, vi a Julián apartar a Eva y correr hacia mí, y una lágrima caía sobre mi rostro.
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